12 de febrero de 2014

Volver - Irse.

El otro día cuando  llegué a Guadalajara y Ricardo me fue a buscar al aeropuerto y nos fuimos hasta su casa, en el trayecto entre no reconocer nada y a veces un poquito, sentí un remezón tan profundo. Ricardo un amor, atento, me tenía una hermosa pieza preparada para mi con TV y todo. Salimos con rumbo a la presentación de la obra de teatro de los domingos, me presento con sus actores, simpáticos y guapos, todo bien. 

El remezón en cuestión, latía por dentro, pese a saberme al fin en mi "guanatos querido", tenía un desazón que no lograba aplacar. De pronto, me sentí sola, absolutamente sola en "mi guanatos". Tuve la sensación de querer irme corriendo a mi casa. Una casa que oliera a equipales, a patio iluminado, que podría ser Gregorio Dávila 14 o Valenzuela Castillo.  Con esa extraña sensación me dormí. Estaba tan cansada, del cuerpo, de la cabeza, de sueño, verdadero sueño que me dormí profundamente hasta que desperté a las 04:00 am con la idea fija que ya era de despertarnos para irnos con Ricardo y tras constatar la hora volví a  dormirme.

Al día siguiente, Ricardo me llevó hasta su trabajo, pasando por tantas calles, lugares, tomarnos un tejuino y después dejarlo en lo suyo y yo partir a lo mío, a emprender "mi aventura", pasié camino a lo más conocido, a las calles que me dijesen algo  y no pude, entre el cansancio absoluto, un pesar de cuerpo, de ojos, no pude más y decidí volver a la casa.

Viajando a casa, Zapopan, el recorrido fue por un largo tiempo, a través de Avenida La Paz, nuestra querida La Paz, la esquina donde estaba nuestra casa de Bruselas 150, el primer lugar al que llegamos en 1975 con mis papás, nuestra Primaria, el recorrido entre una y la otra que haciamos todas las mañanas. 
Y cual si la avenida fuera una película y yo desde el camión (micro), el espectador, vi pasar mi vida en esta ciudad. Recorriendo calles, Pavo, la Primaria, Bruselas, Chapultepec, nuestra casa, otras hermosas casas y todo era tan contrastante con el pasado, tan diferente. me chocó eso del tamaño de las cosas, de las proporciones que toman cuando uno va creciendo, siempre pensé que era una exageración eso de que todo se ve de distinto tamaño cuando grande que de niño. Y así fue, de pronto las distancias eran cortas, las casas no tan majestuosas, las calles pequeñas también. Sobre todo las distancias, aquellas miles de cuadras, manzanas que uno recorría para ir a la escuela, a ver a Pedro Loyola, al super, a Chapultepec y ahora todo, todo, se hacía en muy corto tiempo. Como aquel restorant japonés por el que siempre pasábamos, El Suehiro, que tenía piedritas blancas en la entrada dando un ambiente oriental y que ahora parecía casa de muñecas. No así la casona de La Paz, a la vuelta de Bruselas, continuaba majestuosa, aunque pintada de un color casi como adorno de torta (pastel), aquella casa donde Charles Bronson rodó una de sus películas de acción y mi papá se encontró con él........

Todo tan diferente a mis recuerdos, a las majestuosidades que mis ojos dejaron en la memoria visual. Fue un shock descubrir los lugares como si el tiempo no hubiera transcurrido y sin embargo, estaban tan distintos, nada que ver con nuestros años acá. Pese a ello los reconocí. A la Primaria, a la cual ya no se entra por Pavo sino por la misma La Paz. La Pasteleria de los Neufeld, que ya no está en la esquina de Bruselas, sino que una cuadra antes. Bruselas, la calle donde vivíamos, junto a las señoritas Arceluz, vecinos del Señor Romero, los Guamuchiles, las casas españolas del frente, la de Kimberlyn. De hecho nuestra querida Bruselas 150, todavía no me atrevo a constatar con mis ojos que ya no exista, como tampoco la de Gregorio Dávila. Todos los restos del pasado borrados.

Una parte, tiempo, mucho tiempo de nuestra vida en a penas 12 o 15 cuadras. Los lugares por donde paseamos con mis abuelos Titin y Marta, con mis papás, el recorrido hacia la Primaria, a la casa, a ver a Pedro Loyola, al Papa Bambinos Pizza, a la pozoleria de la mamá de Salvador Acosta. Me dolió el alma.

Sentí que no queria enfrentar mi pasado y menos a costa de mis vacaciones, de pronto desecho la idea de volver. No por miedo, sino que es un golpe a las emociones, que ahora sin mis papás, en ninguna parte física, no me atrevo a dar el paso y enfrentarlas. Es demasiado intenso, me duele mucho, el aire está impregnado de ellos y a la vez, siento la soledad calandome. Una mezlca de compañía y desolación. Que no tengo fuerzas y ganas de psicoanalizar restregando nuestro pasado, mi pasado, con el presente y que al final de cuentas, el punto en común es que MIS PAPAS no están más. Alejo de mi cabeza la peregrina idea de asentarme, por ahora, en esta ciudad, mi ciudad, ¿mi ex ciudad?, el baúl que atesora los mejores momento de mi vida y que ahora paseo acompañada de mis adoloridos fantasmas.

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