11 de agosto de 2012

Blanco.

Supuestamente es Isla Negra, la casa de los abuelos, estoy parada en la terraza. Esta es abierta sin barandas, mirando hacia el mar como si éste formara parte de ese espacio. 
El día está blanco, las nubes cubren el cielo, el mar espumoso está pálido en vez de azulado, y sus olas se rompe sobre las rocas.

Alguien ha muerto.
El ataúd lo han puesto en la terraza.
El ferretro también es blanco, por fuera y también el acolchado. La persona en su interior, una mujer mayor, está vestida con un pijama blanco y tapada con una sábana de seda en el tono, como si fuera una Bella Durmiente.
Cuatro cirios puestos en las esquinas del cajón, protegen su sueño eterno. 

Llegan Antonio, Beatriz y la Manu.
Todos conocemos a la muerta. Nos acomodamos alrededor del ferretro mirandola dormir.
El mar encrespado distrae nuestra atención.

Vuelvo a estar sola, esta vez caminando en direccion a la entrada de la casa, de la playa, solo que está en el barrio de Bellavista, cruzo la puerta y la casa es de estilo colonial. En su interior, en el living, hay más gente de la familia, gente mayor quienes conversan sobre la fallecida y anécdotas de su vida. Los saludo y uno de ellos me comenta que cuando quiera puedo ir a esa casa a pasar el fin de semana, pienso "que fome ir a Bellavista de fin de semana".

Vuelvo a la terraza.
No hay nadie.
Con el ataúd detrás mío, me concentro en mirar el horizonte, que se ha puesto cada vez más y más blanco. Casi no se distingue el mar, las olas de las nubes. Siento la presencia de Antonio cerca mío, volteo y ahí está, le sonrió, él a mí y continúo mirando el mar.