Hubo
un tiempo, años atrás, en el que todavía
le otorgaba cierto carácter mágico, especial, misterioso, al año nuevo. A la
ilusión del enigma alrededor del cambio de año, de un minuto al otro, de la media
noche a la madrugada. Donde todo lo malo, que no te gustaba, lo podías
transformar, cambiar, desechar y comenzar de cero, si seguías los ritos apropiados.
Y pese a que poco o nada sucedió, muy en el fondo de mí, todavía suele
brillar, esperanzarse y pensar al menos, que dejando un año atrás y en vísperas
de uno nuevo, algo bueno puede suceder. Intentar desearlo para sí, para otros, para los amigos, las familias que uno forma a lo largo de la vida y que a pesar de todo lo malo que
ocurre en el mundo, sin olvidar, sin dejar de
pensar y de reflexionar que se va un año, con una mujer, mapuche, mayor de edad,
presa, en huelga de hambre, incomunicada; violadores a los derechos humanos prófugos; otros liberados; otros más pidiendo un perdón de la lengua hacia afuera,
como si en ese acto nos devolvieran vivos a los desaparecidos, a los
ejecutados, fusilados. Como si en esas palabras vanas nos volvieran el tiempo atrás y en ese viaje la confianza,
ánimo, fe en la justicia. Como si mañana domingo 1º de Enero, todo lo que no ha
sucedido en una vida, fuera posible de ocurrir un minuto después de la media
noche.
Será por todo eso, que cual papa caliente, no sé mucho cómo, qué hacer, con
este rito de año nuevo. Cuáles debieran ser los verdaderos deseos que de cumplirse, sucedieran. Quizás la esperanza de algún día seamos otros, más conscientes, realmente
humanistas, solidarios, que nos agrupáramos para reaccionar, actuar, movilizar, terremotear, en pos de la verdadera justicia y dignidad.
Es por eso, que con todos estos pensamientos a cuesta, me sumo en parabienes positivos, de fuerza para mis más cercanos/as, amigos y amigas, con mucho cariño, alegrías, rebeldía y lucha, para el 2017.