16 de junio de 2014

Crónicas de una marciana en la tierra.

Desde que murió mi mamá, hace ya casi un año,
me he dedicado a sumar y sumar desiluciones, pérdidas, decepciones, sin cesar,
como en la vida sólo una vez pierdes a tus papás,
no podré saber si esto volverá a pasar,
si es una crisis solapada a la depresión,
una extraña manera de expirar mi dolor,
lo bueno de lo malo,
es que pese estoy segura que todo esto por lo que estoy pasando,
ocurre por algo.

Que el hecho no menor que mi mamá muriera,
que nos quedemos por siempre jamás (al menos yo) con la idea que había pila para continuar viviendo muchos años más 
y que por tal, su ausencia se torna más triste de lo natural, 
porque nunca imaginé que este día llegaría, 
que aunque ya habían muerto mis abuelos y mi papá, 
mantenía albergando la ilusión infantil, que nosotros éramos inmortales 
y en cualquier momento tal singularidad se haria efectiva 
y el mundo comprendería lo particulares, distintivos y especiales que éramos Los Orrego Sánchez.

Pero pese a la primera desilución,
continuo creyendo que todos los hechos que se han venido sucitando uno tras otro, después de su partida, tienen un por qué fundamental.
Supongo que en gran medida es un jalón de orejas desde el más allá, reiterandome por enésima vez que "atarse a las nostalgias de tal manera", aunque mi papá también lo hiciera, "no traería cosas buenas".
Y sin embargo, soy de las que piensan que en la "tozudez está el secreto", 
sólo aquellos que nos aferramos a nuestras creencias 
y vivimos de ellas,
aunque nos cueste la vida, el aislamiento, 
lograremos ser realmente felices, 
que más no sea por haber sido consecuentes hasta vencer o morir.

Realmente pienso que los años vividos en Guadalajara, Jalisco, México,
fueron los mejores de la vida, mi vida, mi vida junto a mis padres, mi vida en familia,
tanto como que nada de esa alegría, 
la luz que traspasaba las ventanas, puertas, rendijas, 
se volvió a sentir, en estos 27 años viviendo en Santiago de Chile,
aquello de la felicidad a gotas,
por momentos, circunstancias, hechos particulares y especificos solamente.

Realmente creo que los años que estuvimos en México fueron un regalo,
un regalo para Los Cinco,
que merecían mis padres, 
un breve descanso para sus agitadas vidas, 
aunque pasaran la vida añorando volver, regresar al país de nunca más, 
sin saber que se había convertido en el de la frialdad, el gris y los escalofríos.

Y en esos años, doce años, que vivimos en Guadalajara, Jalisco, México, creí haber formado, enraízado los vínculos más estrechos, sinceros y para siempre jamás, que el mundo tuviera razón. En base a esas creencias, comencé una nueva vida en Santiago de Chile, rodeada de personas que generalmente se comportaron de formas frías, interesadas, poco sinceras, dando sentido a que los buenos amigos estaban solamente en Guadalajara.
Así sumaron y sumaron y continuaron sumándose tiempo, 
hasta dar con 27 años, 
en que sin mis papás y con ese vacío que recorre el alma, 
volví a mi amada ciudad mexicana,
con la ilución de reencontrarme con mundo de niña, adolescente, 
con mis amigos, mis compañeros de primaria, secundaria y preparatoria 
y confiada absolutamente,
que iba en dirección de comprobar que todo el tiempo transcurrido, la fidelidad, las diversas muestras de cariño, los reencuentros, daban razón a todo el tiempo transcurrido.

Pero algo torció al destino,
no el mío, porque aunque doloso, sufriente y desilucionado,
sigue su cauce.

En esta ocasión,
los reencuentros organizados resultaron un fracaso,
los mundos y el tiempo y las vidas, nos habían cambiado tanto, tantisimo, tanto, que si importaba que nos hubieramos convertido en tal o cual persona, 
con tal o cual vida, en tal o cual pensamiento y con tal y cual discurso. 
No daba lo mismo compartir un café, dos o tres,  durante 15 minutos o una hora con amigos del pasado. 

Todo dependía de tantas cosas, desde el movimiento de la tierra, de aquello que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos y que no todos, lamentablemente, en viejos cultivados, enriquecidos mental e intimamente, algunos se apendejaron pesadamente durante los años sumados, algunos todavía no entienden que Chile no es una ciudad alojada en algún Estado de México, bien lejano a Jalisco, pero nunca tanto como para no vernos en unas semanas más. 
Los que uno creyó mantener en el tiempo, con comunicaciones dispersas, perdiendo la ruta, recuperando, volviendo a desorientarse, en ese instante de años, algo pasó que los cambió cual si nunca nos hubieramos encontrado. Actuaron, se comportaron, reaccionaron más que como desconocidos, sino con todos los defectos destacados que tenían los chilenos, como si ellos en vez de mi, fueran los que vivieron aquí, enfriando desparpajadamente e insensiblemente sus corazones.

Otros en cambio, de los cuales no se tenía esperanza, ni si quiera se pensaba, se creía perdidos, resultaron ser el elixir que salvóme varias veces de irme al hoyo negro sin regreso. La pena es que para bien o para mal, los que suman, ls que restan, todos son tan mexicanos en un detalle que saca canas verdes: NO SABEN MANTENER VIVA LA LLAMA DE LA AMISTAD, no conciben responder las cartas cuando son recibidas, contestar las incognitas que desde el otro lado del mundo les ruegan aclaren. Y eso al menos para mi, a estas altura del partido donde también cambié, impide cualquier tipo de esperanza de vínculo amistoso posible. 
Ocurre no sé si para bien o para mal, 
para depresión, realismo, que ya no me hacen pendeja tan fácil, que mi capacidad de aguante, no así mis consecuencias, 
la paciencia la perdí con este tipo de acciones. 
Supongo que aunque de coraza dura, terminé dándole la razón a mis papás, a Antonio y a todos los que repitieron hasta el cansancio: "que no debía darme por completo a nadie, porque nunca nadie alcanzaría a ponerse a mi nivel de intensidad de sentimientos".

Y quizás esa sea una de las razones que me tienen en gris, con neblina y escalofríos,
que después de tanto esperar, añorar, nostalgiar, 
tras regresar a Guadalajara, Jalisco y Ciudad de México y darme contra todas las superficies duras en la cabeza, 
los principios y las consecuencias, 
han provocado que baje la guardia. 
Descubro que nada es tanto como yo, 
que nadie es capaz de esperar firme, 
fiel, nostalgica hasta siempre 27 años 
y reencontrarse con sus amigos, sus queridos amigos y que la vida le diera la razon. 

Por un momento así lo pensé, 
realmente creí que con el reencuentro con Conchita, Mario y Guillermo, la vida de alguna forma me daba la razón a mis acciones y consecuencias, 
que finalmente habían valido la pena, 
que no todo pero si alguna parte. 

Pero todo no era más que un espejismo,
un elixir para no decaer,
quizás la protección celestial de mis papás desde el más allá,
para no permitirme caer,
lo bello vivido in situ, comenzó a desaparecer ni bien regresé a Chile. 
Las cartas no eran respondidas, 
las incognitas no fueron nunca develadas 
y aunque Mario y Guillermo, contesten de vez en cuando, 
la amistad necesita de algo más continuo que "de vez en cuando". 
Tanto como los silencios psicóticos de Conchita, 
que demuestran un enojo por algo que importa menos que nuestra amistad, 
pero no para ella al parecer. 

Entonces final de cuentas, 
ninguno de los contactos hechos en el regreso a Guadalajara, surtieron efecto. 
O el problema radica en que el tiempo transcurrido fue demasiado, 
viviamos realidades indescriptiblemente diversas, distintas y el cariño no era suficiente. 
Ese es el punto, el cariño no era suficiente. 
Pero ocurre que ese tiempo que siguió sumando, también viví, cambié, modifiqué mucho de mi personalidad mexicana, agregué información, gustos, pasiones, amores, vida, que a mi manera también me hicieron separarme años luz de los amigos mexicanos. Con la excepción que yo si podía seguir siendo su amiga, aunque el tiempo transcurriera, aunque fueran mas o mejores o peores o menos que yo, porque finalmente lo que importaban eran los sentimientos, la convicción que fuimos los mejores amigos, los que se perdonan todo, los que son para siempre, de los para siempre que no se dejan abatir por el paso del tiempo, de los cambios, del viento, del agua, que cuando se quiera, se estima, se nostalgia, es para siempre, para siempre jamás. 

Pero obviamente no todos pensamos igual,
ni tampoco sentimos,
menos mantenemos las mismas convicciones, 
ni sumamos, crecemos, restamos, encojemos, pero en esencia seguimos siendo las mismas personas,
y en esa incongruencia de existencias es que concluyo este no reencuentro con mi pasado infantil, adolescente tapatío.
Más como por suerte soy una Marciana en la tierra,

por más desilución que exista,
por más que el dolor se ponga negro, gris, frío y dé escalofríos,

me la vivo, bien vivida, sufrida, reflexiva,
trato, intento, inspiro, para terminar saliendo a flote.
Porque soy una Marciana en la tierra,
porque de ser Marciana y depresiva,
sería la primera Marciana-depresiva que ama vivir,
enfrentarse a sus fantasmas,
a sus amores más intensos,
sus creencias mas firmes y fuertes,
verlas romperse en el muro, quebrarse en mil pedazos, 
llorarlas, sentir con cada pedazo destruído como se resquebraja mi corazón, mi alma y  pese a todo, tarde o temprano, cuando el tiempo lo permita, cuando la pena haya pasado realmente, volveré.

Volveré a levantarme, 
reinvertarme, 
encontrar una razón para todo lo malo que fue o que no fue del viaje a Guadalajara 2014, que evidentemente fue por algo, porque era necesario romper con los viejas nostalgias, sumar otras, nuevas, mejores. Dejar atrás el mal pasado, las anclas mal ubicadas, las personas que no te valoren ni quieren y dirigirse hacia otros horizontes.

Porque de todo lo malo, se puede sacar algo bueno,
de la pena por tener que enterrar definitivamente mi pasado infantil, adolescente en Guadalajara, resurge con bríos, el saber que en medio de la soledad, de aquellos días sin horizonte, objetivo claro, caminando por las calles del pasado, redescubrí lo bien que la paso sola, que me gusta caminar, escuchar música, la soledad de caminar y escuchar música, la soledad de estar sola caminando por las calles, recorrer barrios, lugares, perderse, ir y repasar esos lugares o no volver a pisar nunca más por ahi. Sentarse en una plaza, un café, un parque y escribir lo que siente el corazón, los pensamientos que fueron saliendo, las ideas, lo que las tonadas musicales provocan al  interior.
Además de los reencuentros con los amigos grandes del pasado,
los estudiantes de mi papá,
los amigos de mis papás,
la otra parte de la vida en Guadalajara, 
ya no la propia, 
sino la de mis papás, como tantas veces lo hice antes.

Redescubrir que el mundo no tiene por qué ser solamente desde una perspectiva, 
en un solo matiz,
que puedo estar allá, 
que amo estar en Guadalajara, 
porque después de todo es mi ciudad, 
donde me "hayo", 
donde las calles, sus esquinas, negocios, recovecos, tienen un sentido, una razón, un recuerdo, un aroma conocido. 
Y así como en Santiago de Chile, también he pasado largos períodos de soledad, aislamiento, alejada de los que mienten sobre amistad 
y tras un período de hibernación, 
vuelvo a flote con todas las pilas puestas. 
Con la certeza cierta, que lo que siente mi corazón, 
la intensidad, la emotividad, lo más seguro es que no lo encuentre nunca jamás en la vida, porque para eso soy la Marciana en la tierra 
y vivir así tiene un precio, 
que si optas por él, será lo que tenga que ser y nada más. 

Y en el valorar lo que si existe, 
los que también te dan alegrías,
aquellos que aparecieron maravillosamente en Mexico, en Guadalajara y que sin intención, sin premeditacion, te dieron tu cariño, su protección, su amistad, es con ellos, a través de ellos que una después de mucho llorar sus pérdidas varias, vuelve a levantarse porque hay una Patricia Gonzalez Chávez, un Ricardo Delgadillo, qué decir mi hermano Antonio Ibarra, que están ahí, para cobijar el dolor profundo, el llamado de atención que hicieran mis papás y que con toda suavidad replicaron "pues si mija, así es la cosa".

Por todos ellos y porque soy una marciana rejega,
es que una vez que supere la pena, honda pena, profunda pena, desiluciones varias, volveré, volveré, volveré con más bríos, nostalgias, ilusiones que antes.

3 de junio de 2014

El acecho de las sombras.

De pronto llegaron,
se apoderaron de mis pensamientos,
oscureciéndolos,
de mis leves alegrías, 
entristeciéndolas,
de los instantes de felicidad compartidas con mis queridos amigos,
la sensación sombría que la felicidad viene acompañada de algo no tan bueno, 
regresa.

 

Aquellos tiempos donde no se hablaba de la alegría,
darla por sentada,
por compañía certera,
gozarla en secreto,
a voz quedita,
escribirla, 
expuestas en páginas de algún cuaderno olvidado...

 

Mucho de esencia hay en esto,
de culpa,
pena,
el absurdo del ser humano, 
sus precariedades,
defectillos,
por no valorar mientras se tuvo
o no valorar todo lo que se debía
y así en la aunsencia,
rememores pero continúes...

 

Llegan a alojarse las sombras,
los marengo, grises, oscuros,
que develan un oscuro horizonte,
donde la salida es para siempre
donde la idea gris, marenga, se apodera de la mente
y entonces un cierto alivio domina la mente, 
permitiendo descansar, aliviar el dolor, la culpa...

 

Hasta que el otro yo reaparece,
tímido, inseguro,
posandose en el vantanal de la pieza,
invitando a salir al patio,
sacar las hojitas secas, 
reacomodar plantas en busca de la luz de invierno,
barrer, limpiar, regar, remover, respirar, admirar, 
llenarse de rojos bugambilia,
amarillos limón,
verdores suculentos,
de olor a tierra sana
y tras rosar las alitas de ángel,
descubres que en esos instantes..... la vida podría ser esa,
mirando a Topito,
acompañada de él,
del patio y sus plantas y sus enverdecimientos que afloran, florecen, surgen, caen, mueren...

 

La sombra que acecha 
y la esencia que aflora tímida y soleada....