24 de enero de 2022

35 años!!


Un día como hoy pero hace 35 años, volvíamos a Chile mis padres, mi hermana chica y yo, junto a nuestra perrita Quetzi. El día exacto creo que era viernes y la fecha ha permanecido imborrable durante todos estos años, más como un pesar que como otra cosa. Estaba por cumplir 18 años cuando regresé sin que nadie me haya preguntado si así lo quería, tampoco se estilaba esa pregunta porque tampoco existía respuesta a los cómo quedarse sola en México. Asunto es que un manto nostálgico, triste, envuelve este día, haciéndolo inolvidable y más ahora, en esta actualidad del siglo XXI, en que ninguno de los motivos que pujaron por volver están presentes: ni mis padres, ni mis abuelos. Por eso es más de una vez, he sopesado el sinsentido de continuar, permanecer.


Contar una historia que comenzó hace 35 años, inevitablemente te convierte en una persona grande, o al menos así me mira el mundo, aunque de muchas maneras sigo siendo la Colomba r.a., ingenua que volvió al país que decían era suyo aunque me sintiera tan mexicana. Pero no, no es verdad que soy la misma, porque en este tiempo transcurrido, mucho de mi encanto, belleza, alegría, ganas de vivir, de salir adelante, ha ido apagándose. Ya no soy bonita, sigo más bien redondita, tampoco alegre, tampoco feliz, tampoco tengo muchas ganas de vivir porque lo único que conozco es sobrevivir. Más de una vez al mes pienso si no sería  más fácil tirarse por el metro, o simplemente desaparecer de la faz de los conocidos. Irse, desaparecer, no estar, vivir o no vida, en otro lugar, lejos muy lejos de todo y todos. Es la idea placebo que utilizo cuando el ánimo anda escurridizo. Porque actualmente soy más bien huraña, pienso mal y acierto y no me quedan amigos ya que cada vez estoy más cierta que nunca los tuve, no aquellos de amistad saludable y alegre, los para siempre, los de verdad.


Este día no me produce precisamente energía, motor, para vivir y salir adelante. Me lleno de memoria, de nostalgias, vuelvo a pensar en todos los que ya no están, mis abuelos, mis padres, mi primo Andrés, la distancia con los amigos de México, la ausencia de la buena y sana amistad. A veces pienso que no es bueno decir, menos pensar, qué decir escribir, que uno no es feliz, no vaya  a ser cosa que se haga extrema realidad, después sentada en esa certeza, pienso que quizás de hacerlo, exista la posibilidad que el efecto se invierta. 



Es que mi vida ha sido tan distinta a la de los demás y en el diferente me excluyeron porque no pololie, ni tuve novio, menos me casé, no tuve hijos, sí gatos y perros, no encontré el amor, me enamoré muchas veces pero todo quedó en nada, no es menor pero solo me quedó el respiro de mi primer amor, tan lejano como México está de mi. Nunca me fui de la casa de mis padres, con todo lo bueno y malo que eso tuvo, sobre todo los malos días, semanas, meses, de mi padre. 



No así cuando me quedé sola con mi mamá, que si bien me controlaba cuando salía jajaja éramos felices juntas, al menos así lo supe cuando me quedé sin ella y repasé la vida buena que gozamos durante cinco años, de complicidad, galletas, series, películas, acompañarnos para el terremoto 2010, entre otros. Si la vida me hubiera contado en sueños que esto pasaría, habría retomado el plan de infancia, aquel que aseguraba que la primera en partir sería yo, no ellos y asunto arreglado el tema y significado de la muerte, vacío, negro, no más MaPadres cerca mío. Vida, vida,  vida, no reniego todo lo que he existido, pero susurrando la palabra felicidad para que no se escabulla, no encuentro justo fuera lo único que tenías preparado para mi. Hay veces que dejo pasar la fecha, que la anoto en mi agenda, que marco el 24/01, pero no digo nada, porque puede pasar como hoy, que me suelte, deje correr los sentimientos verdaderos, los que ya no se callan porque no hay a quién gritárselos y entonces, agolpados voy acomodándolos y duelen tanto al salir, como al leerlos.


Espero que el desánimo pase con la pandemia y  ni bien logre sacar los dos pies fuera de casa, del país y atraviese la cordillera en rumbo de los sitios que quiero volver a recorrer, mi percepción de la vida, vida, vida y de este día, quizás, quizás, quizás, puedan mejorar, cambiar, no lo sé.

7 de enero de 2022

A tía Delia.


Querida tía Delia,

Disculpara usted que la tíe, pero desde que la conocí a través de las historias que contaba su sobrino Rolando, solía mencionarla bajo el pronombre personal "Tía Delia" y así la he recordado siempre, como si el parentesco formara parte de su nombre.

Delia Báez Cruz, nacida un 28 de diciembre y murió dos días después, tras muchas, muchas, muchas décadas de vida. Su muerte me toca no solamente por el hecho egocéntrico de haberla conocido, sino también porque su mera existencia y personalidad me marcaron. Recuerdo aquella tarde que Rolando me invitó almorzar y al fin conocerla. Guardo en mi memoria todos los instantes de ese primer encuentro, desde que usted abrió la puerta, con aquel pegatin hindú en la frente y tras las presentaciones, saludos correspondientes, pasamos al comedor donde sonaba la radio, la que cambio por música india y comenzó a danzar moviendo entre sus manos un tul. La encontré tan encantadora, particular, divertida, alocada, mientras Rolando, avergonzado, aunque también se reía la invitaba a que dejara de hacer el ridículo. Será porque las excentricidades no me son ajenas y por eso no encontré ridícula su recibimiento y por eso también no lo olvidé más. 


Aquel departamento ubicado en Agustinas con San Martín, a un par de cuadras de cercanía del de Rolando, con esa plazoleta en la entrada, con un verdor tan verde tan ajeno a esas calles más de asfalto y cemento, sumado a esa grata sombra que conjugan árboles y plantas y que nosotros los humanos disfrutamos. Y la entrada al edificio que si bien no era bonito, tenía esa forma de media luna, que lo hacía destacar del resto, que en las restantes tres esquinas lo rodeaban. 

Pienso en usted Tía Delia, en su rostro de ojos grandes, de voz suave, pero que sacaba intensidad cuando era necesario. Su porte menudo, pequeño. También vuelven a mi memoria aquellas dos ocasiones, en que amable y cariñosamente fui invitada por ustedes, al cumpleaños de Rolando y en donde la primera vez, comimos pasta y en la segunda unas deliciosas carnes. Y de vuelta, caminando por el barrio de ustedes, que entre sus particularidades está el poseer veredas más angostas imposibles, donde con dificultad entran dos personas, tres ni soñando. Entonces, Rolando, la llevaba del brazo y yo detrás, observándolos y escuchando lo que hablaban.

Y pienso en esa Tía Delia llena de vida, que bailaba danzas hindú, que caminaba del brazo de su sobrino, que conversaba conmigo sobre sus viajes cuando era más joven, coincidiendo en nuestro amor por los gatos, preguntándome sobre mi vida. Usted tan viva, receptiva, cariñosa, cálida. Y cuando Rolando me contó que comenzaba a borrársele la memoria y que tendría que trasladarla a un lugar, donde la cuidaran todo el día, me dio tantísima pena sincera, honda, profunda. De alguna manera aunque nos vimos esas pocas veces, le cogí cariño.... supongo que será la falta de abuelos, de tíos cercanos como usted con su sobrino, de esos cariños que le otorgaba como invitarlo a comer para sus cumpleaños, regalarle lo que él quisiera, la cercanía de a penas unas cuadras para cuando cualquiera de los dos, necesitara del otro. Por eso, de tanto en tanto, cada que podía y sin ser invasiva, le preguntaba a Rolando por usted, por cómo estaba. 



Así fue que un día Rolando, me invitó acompañarlo a visitarla. Me sentí honrada y acontecida. Recuerdo que llegué muy temprano al punto de encuentro, que resultó ser en la comuna donde vivo, pero más cerca de la cordillera, en una de las calles en las que en mis paseos caminados, recorrí tantas veces porque es realmente de las más conservadas, con casas grandes, bonitas arquitecturas, árboles en las veredas, en los patios delanteros. La calle en cuestión era Luis Thayer Ojeda, y el hogar donde usted vivía quedaba pasado Bilbao. Era una tremenda casona años 50. Me acuerdo que esa mañana, cuando fui la primera en llegar, aproveché de memorizar ese instante, era comienzos del invierno, pero el día estaba despejado, el sol comenzaba a emitir tenues pero deliciosos rayos de luz, me fui llenando de imágenes, mientras pensaba en el bonito espacio urbano, que habitaba. Ese hogar si mal no recuerdo, lo encontraron gracias al pololo de Rolando, que cercano al mundo de las actrices de la tercera edad, dio con él. Y fue realmente un acierto, porque si bien no conocí su dormitorio, el resto del espacio, era agradable, amplio y hermoso.

Pero claro, era hermoso para los visitantes, para el equipo que trabajaba con las personas mayores que habitaban el lugar, porque tanto usted tía, como el resto de los residentes, no creo que se dieran mucha cuenta de lo que pasaba a su alrededor y sin embargo, siempre he pensado que vivir rodeado de bellezas, de una u otra manera, estás entran en nuestro inconsciente, haciéndonos apreciar, que más no sea en sueños, lo que nos rodea. 


No negaré que el tema de la no memoria, no recordar, es algo que me impacta de sobremanera y más cuando, después de tanto tiempo, volví a verla tía. Porque si bien era la Tía Delia, su rostro estaba más delgado, entera toda estaba más viejita y su rostro, como soñador que tenía, con esos ojos grandes, tenían una mirada perdida en quién sabe dónde y un hálito de desoriente. Debido a su condición, ya  no hablaba, así que era Rolando el que mantenía un diálogo con usted y le mostraba unas ropas que le había comprado para que se abrigara, como también de mi presencia, que la habíamos ido a visitar. 

No he tenido demasiado contacto con personas a las que se les va borrando la memoria, pero como a la Tía Delia la conocí antes de, me llamó tanto la atención ese estado como de ser y no ser a la vez. Ahora estaba más bien inmóvil sin que sufriera invalidez, por eso el requerimiento de ayuda 24/7 y el mismo motivo que nos llevó a levantarla de la silla, hacerla caminar, salir de la casa, no muchas cuadras porque se cansaba. Rolando nos llevó a un café bien bonito cerca de la casa hogar, donde él y yo pedimos para tomar y comer, mientras ella nos miraba y quién sabe si lo hacía, parecía que nos escuchaba y quién sabe. Esa rigidez corporal y al mismo tiempo la sensación como de flotar como nube, era la condición de la Tía Delia. Y sin embargo, recuerdo que en algún momento, no sé si antes de salir del hogar o en el café, la Tía Delia me sonrió y con Rolando imaginamos que algo del pasado quizás, recordó.

Al regreso del paseo, acomodamos a la tía en la sala de estar, que era realmente un espacio amplio, de techo alto, muy agradable, propio de las casonas de los años 50, con guardapolvo uniendo tanto el techo con la muralla, como ésta con el piso. Con un gran ventanal puerta que daba al patio trasero de la casa y por donde se colaban sendos rayos de sol, proyectándose sobre los rostros de estas mujeres de distintas edades, quienes sentadas como en un círculo, recibían este calor de medio día. En lo personal, encontré que era entre una escena bíblica y cinematográfica, tanto por la luz, cálida de invierno, que le daban un cierto tono como de cielo, donde las nubes blancas eran los cabellos de las mujeres mayores. Y cinematográfico, porque la escenografía compuesta por estas mujeres, de todas edades, acomodadas en asientos pegados unos con otros, formando un medio circulo, en una actitud de tomando el sol y que por sus rostros, notabase que lo recibían bastante contentas. Un espacio indudablemente agradable, acogedor, hermoso y donde aparentemente, pasaban largas horas de sus días/vida.

Me acuerdo que después nos fuimos caminando con Rolando, él con rumbo al metro y yo a mi casa. En mi ruta caminada, me fui paso a paso pensando en todo lo sucedido, visto, experimentado. Tenía tantas ideas, imágenes en mi mente, por un lado sentía pena, también añoranzas, pensaba y no dejaba de pensar en la Tía Delia, en esa situación en la que se encontraba, pero al menos, habitando una casa tan agradable, a la que quizás ni cuenta se daba. También pensé mucho en Rolando, en lo que significaba para él esas visitas, esa rutina, ese deber y encontrarse cada vez con su tía que sanguíneamente seguía siéndolo, pero emotivamente ya no. Me propuse llamarlo después, conversar de ello, pero cambié de parecer porque ¿qué tenía para decir? Tan solo abrazarlo y decirle que lo quiero mucho.

Y cómo es la resilencia del ser humano, que años después, para ser exactos 2020 la Tía Delia, fue contagiada por el Covid19 y pese a todo pronóstico, salió ilesa. Y sin embargo y por otro lado pienso por suerte, tanto por ella como por Rolando, murió el jueves 30 de diciembre del 2021.

Soy una ferviente creyente que las casualidades no son tales y que los hechos pasan por algo. Así es como sin volver a saber de la tía, el 29 de diciembre en la tarde, salí a pasear como suelo hacer siempre y los pasos, uno tras otro, tras otro, tras otro, me llevaron a mi querida y hermosa calle de Luis Thayer Ojeda, sacando fotos a cada uno de sus hermosos árboles, de las casonas antiguas que resisten a su destrucción, hasta que llegué a la esquina con Bilbao y evidentemente, me acordé de la tía, de esa visita, de su simpatía, de sus bailes. Recordé el sol entrando por la ventana puerta de esa casa y llenando de calor a todas sus habitantes, lamenté no poder volver a visitarla. Pensé en su sobrino Rolando, en todas los momentos que compartimos juntos él, la tía y yo. 

Hasta siempre querida Tía Delia, fue un placer y un honor haberla conocido, no la olvidaré jamás, como tampoco a su sobrino, aunque los hechos sean otros. Ojalá se encuentre con todos y todas las personas que extrañaba y que ahora pueda volver a viajar, por todos los sitios que más le gustaron. Cariños, abrazos infinitos siempre, para usted mi querida Tía Delia!!!

3 de enero de 2022

Quetzi !!!



Un año más desde tu partida,

aunque ya no sea jueves,

aunque la vida siga sumando año tras año.


He perdido la cuenta,

o no quiero sumar y constatar que los años sin ti, 

son mayores a los del tiempo que compartimos juntas.


Quetzi, querida Quetzi,

los 3 de enero como hoy,

son inolvidables,

marcadores,

me marcó tanto el llegar y no estuvieras ladrando y saltando,

me dolió de dolor punzante, cuchilla filosa, la forma en que mi papá indicó con el dedo dónde estabas.



Quetzi, mi querida Quetzi,

aunque estés en el patio de esta casa que ha sido tu hogar, el mío, el de nosotros los cuatro,

sigues en falta,

tu ausencia sigue presente, porque no están tus ladridos, tus pelos rastas adheridos a ti, pero ya no siendo tuyos,

está tu ausencia de fantasma ocupando un lugar cálido en mi cama,

será por eso que siempre siento que alguien entra a mi pieza,

como anoche,

cuántas veces voltié a la ventana sintiendo segura que alguien, algo, alguien, tu, quizás, entraba.



Quetzi, mi querida Quetzi,

compañera de los últimos y mejores años de nuestras vidas, transcurridas en México,

quizás no entendimos y traicionamos a tu raza, al amor azteca mezclado cono maya y es que no debimos venir, volver, traerte,

quizás por eso no duraste tanto,

quizás por eso, esa mañana que yo  no estaba en la casa, mi mamá tampoco y mi papá alejado de su centro, abrió la puerta y saliste corriendo, tenías prisa por volver, irte, regresar y pasó lo que pasó.


Será mejor pensar que fuiste la más astuta y en realidad volviste, regresaste, estás allá, nos miras desde la fantasmal casa de Gregorio Dávila y piensas en nosotros, pobres de esos cuatro que me querían tanto pero no supieron volver.

¿Será?


De una u otra forma,

de ser como sea,

no estás y tu ausencia sigue penando, llorando, lastimando, extrañando (te) !!!