26 de julio de 2018

Cinco años: Las camelias de mamita.


Cuando se murió mi papá, a mi madre le regalaron en esa costumbre tan especial y simbólica, una planta joven y viva, a cambio del ser querido que ya no estaba. Así llegó la Camelia a casa, que además no se trataba de una plata cualquiera. Pensando en por quién fue regalada, era la flor de su amada y tuberculosa, Greta Garbo, en “la dama de las camelias”; en versión México, tiene canción y entre la variedad de ésta planta, hay una que no flora y en cambio, sacan sus hojas para hacer té. Aquél líquido que tanto placer le daba a mí padre y que preparaba muy a su estilo, semejando más bien, a las turbias y espesas aguas en las que vive Ness.


El mismo año que partió papito, pero cinco meses después, sumó al listado de ausentes, el Tío Pino, hermano de mi madre. Él, además de muchos quehaceres que hizo en su vida, dedicó gran parte de ella, a criar, cultivar y cuidar Camelias. En su casa de Reñaca y después en Ritoque, lucían desde su patio interior, las más hermosas de la comarca. Ya fueran flores en tonos rosados, blancas, rojas, pintitas rojas, pintitas rosadas y las exóticas blancas. A las cuales tenía apostadas en graderías, cual si esperaran el show, que se producía cuando mi tío en las mañanas y al regresar del trabajo, salía a verlas tocándolas cuidadosamente para limpiarlas, podarlas y regarlas.


No por nada mi abuela materna, la “Ita”, campanita en mano salía al patio hacer sonar el tilín, tilón, sobre cada flor, cada árbol y por supuesto cada camelia. Ese gesto de amor y devoción a por lo verde, que es tan íntimo y personal, como el que sienten los orientales por sus bonsái.


Con el tiempo y lecturas sobre Camelias, sumado a que heredé la labor de cuidar, podar y regarlas, sabríamos que estas flores son por siempre jamás de julios y agostos. En lo personal, prefiero creer que mi mamá desde el cosmos, manda parabienes para que florezcan y florezcan. Ya que después de la buganvilia, se transformó en la planta que más quería, seguramente por todo lo que les conté. Y así, ansiosa esperaba el llegar del invierno y con él, el momento en que los botones, hinchados de vida, explotaban en rojos y rosados.


En este julio 2018, que hoy jueves 26, suman cinco años desde que mi madre partió, mi sisterna Manucita y yo, pondremos sobre la lápida que reúne a mi papá, abuelos, mi hermano Andrés y a mi mamá, un ramillete de Camelias, con hartas hojas verdes, para que mi papito prepare un té a lo Lago Ness para compartir, mientras mi mamita, evocará el estar en su habitación, donde puede mirar a Camelia la tejana, enflorecida en rojos intensos.


11 de julio de 2018

Blanquita en Julio.

Blanquita en julio,
aunque también en octubre,
en el séptimo mes del año,
cuando los fríos acechan,
a veces las lluvias
y al día siguiente, puro aire puro y cordillera de blanquita blanca.

Julio en Blanquita
y Blanquita en Julio,
hace cinco años no fue un mes agradable,
pese a que ese mismo día, no sé si a la misma hora,
celebrábamos la revolución cubana
y es que a las seis de la tarde,
cuando el sol entraba por la ventana, irradiando con su tenúe luz tu cuerpo,
éste ya no latía,
ya nunca más,
porque ya no estarías nunca más.

Te fuiste en julio
y lo dejaste impregnado de Blanquita,
fuera invierno,
cruzar el charco y vivirlo en verano,
siempre, 
para siempre jamás,
serás julio de Blanquita Blanca.

Es en este momento,
en que el corazón se aprieta,
tristezas inexplicables,
de no saber por qué ahora,
de dónde viene la pena,
justo ahora,
es que está llegado Julio,
Julio de Blanquita,
Blanquita en Julio,
recordando una vez más que ya no estás.

Entonces, es momento de quedarse con la nostalgia,
una vez más como cada que el círculo llega a este mes,
rememorar esa tarde de invierno, 
frío y lluvioso copioso
y al mismo tiempo acompañándonos en el sentimiento.

Sentimiento de sentir desolación,
soledad, sin un lugar en el mundo,
un lugar posible en el mundo donde sentirse parte de,
certeza de ausencia,
desolación, soledad, ausencia,
Julio de Blanquita,
Blanquita en Julio.


El mes en el que la tristeza aumenta,
junto al apachurramiento del alma,
la respiración falta,
el aire huele a pena,
la lluvia conjuga belleza y tristeza,
el frío nos abraza con nostalgia,
aquella luz, de aquel día vuelve a instalarse en la cúpula, 
atravesándose,
ya no tiene donde yacer,
no está más ese cuerpo, de aquella cama, junto a la ventana, esperando la señal de las seis en punto y los tenues rayos entrar y posarse sobre ti.

La imagen vuelve una y otra vez,
cerrar los ojos y encontrarla,
abrirlos para pensarla,
sentir esa tarde fría, lluviosa.

Desde ese día hace cinco años,
estás allá en ese lugar quién sabe cuál sea,
junto a los abuelos, mi papá, los amores queridos, Quetzi, Gregorio, Cuchi, Escobita, Gremnlin, Atila.


Para nosotros solo las certezas de los julios en Blanquita Blanca,
de Blanca Blanquita de Julio.....