30 de julio de 2017

Los que deciden irse.


Hoy te acompañamos hasta el lugar,
donde a los vivos,
la muerte, les permite llegar.

Pasos suaves y silenciosos,
nos llevaban por aquellos parajes,
nosotros tus amigos,
nosotros tus cuatro amigos.


Que lo somos gracias a ti,
quien generosamente un día de una noche especial,
nos reunió y las buenas migas de uno por la otra y la otra por el uno,
hicieron el resto.



Este vínculo amistoso,
de Rolando y yo,
es todo por ti,
sumado al vínculo con la Manucita
y ahora también con Mauricio.

Es por eso que quisimos caminar,
a pasos suaves,
para acompañarte en tu ruta,
tus cuatro amigos,
este último domingo de julio.



Pasos lentos,
atravesando calles con pisos de piedra
de escenario majestuosos,
repletos de historia,
arquitecturas hermosas,
diversidad de rejas, portones, mausoleos,
lápidas con mensajes de amor y desolación,
por el que se queda sin, el que se fue.



Avanzamos siguiendo los pasos de otros,
que cual migas de pan, 
nos dejan sus huellas - sombras
para alcanzarlos.
Doblar primera esquina a la derecha
y tu, delante de todos,
llevas el compás de la ruta,
cubierta en flores, 
flores coloridas, de pétalos rugosos, 
suaves, transparentes,
con tallos rojos, verdes, 
hojas alargadas, delgadas, 
gruesas, todas verdes.



Una estela de aromas florales indican tu ruta,
aquella que todos los nosotros,
amigos, familiares,
seguimos silenciosos.


Y al doblar hacia la izquierda,
en la esquina,
el vaivén de los jacarandá,
sumado al frescor de su viento,
marca un lugar,
aparentemente al azar,
aquel de enverdecida piedra,
hasta donde los recuerdos de un tiempo sucedido hace años, 
muchos años atrás, 
dejamos otro cuerpo, cubierto de flores,
el tuyo, mi querido Andrés.


¿Casualidad?
Tantas fallidas veces,
intentando volver otra vez,
hasta la desteñida reja, más no oxidada, 
de puerta angosta, sostenida por columnas de piedra en sus extremos.

Tu hogar,
aquel en el que te quedaste, 
hace 18 años.
El sitio que guarda tu cuerpo,
ya no tu alma,
ésta, vuela todas las noches, más arriba de la copa de los árboles
¿verdad?



No puede ser casualidad,
justo hoy,
cuando acompañamos a la amiga,
que decidió como tú, tomar su vida y detenerla,
no es casualidad, lo sé,
que ambos habiten espacios cercanos,
tan cercanos.


Será entonces esta ¿una calle habitada por los que no soportaron el peso de la existencia?
Tu, mi querido primo,
mi querido Andrés,
príncipe de dos metros, de manos blancas, 
dedos alargados y delgados, palma amplia, cálida, 
amorosa al tacto, ojos color almendra,
grandes y ovalados, despiertos, atentos,
de boquita corazón, labios cereza intenso,
carnosos, expresivos, sonrientes, 
tanto amor, tanto que nos dabas,
que me dabas y sin embargo decidiste irte.



Mi príncipe azul no correspondido
y siempre de abrazos dulces,
cariñoso, presente, cálido, amigo,
ahora sé llegar, 
al lugar donde no estás,
donde tu cuerpo quedó
y tu alma voló,
hasta más arriba de la copa de los árboles.


Ahora entiendo esa sensación de vientos,
brisas, aires rodeándome el cuello,
porque todas las noches,
desde tiempos ancestrales y más,
salen los bisabuelos, tíos abuelos, tu también,
salen a volar.

Entrando y saliendo a través de la reja, 
de los muros, lápidas, piedras,
a pasear por los alrededores del camposanto
y una vez en tanto, a visitarnos.


Siento que te he visto pasar,
más arriba de la copa de los árboles,
intentando con tus manos, 
tocar, acariciar suavemente mi cabello,
como cuando estaba triste
o los pensamientos volaban lejos 
y tu, con esa ternura que nunca volví a encontrar,
acariciabas mi cabeza, enredando tus dedos en mi delgado pelo,
dulce, suave, varias veces, hasta que la pena se fuera.



Las casualidades no existen,
sé que supiste de este día,
esta pena repentina
y atravesaste la reja del mausoleo,
buscando el sonido de mi voz, 
escondido entre las hojas del jacarandá,
hasta que apareciera.

Y al sentir mis pasos,
largos pero suaves,
sobre el piso de piedra,
me guiaste hasta ti.


Un susurro de brisa fresca recorrió el ambiente,
justo cuando asomé mi cara por la reja del mausoleo
y en un instante,
el tiempo retrocedió hasta ese triste día,
hace 18 años, 
cuando eras tu el que guiaba nuestros pasos,
cubierto en flores...


Era primavera
y aunque el calor impregnaba el ambiente
nosotros, caminábamos gélidos de tristeza.

Nunca pude volver,
mis pasos desconocían la ruta,
me perdían, no llegaba,
nunca pude llevar mis pasos hasta aquí,
tu último hogar,
no era el momento ¿verdad?



Ahora sí,
en este último domingo de julio,
de pasos lentos,
pausados, melancólicos,
de tristeza por la amiga que acompañamos
y que permiten encontrarte.


Fue mirar el nombre Teresa, sumado al de Juan Antonio 
y dejarse envolver,
por la fresca brisa de tu voz,
susurrando: "soy yo, tu primo Andrés".


Esos pasos pausados,
llenos de tristeza, nostalgias,
nos volvieron a unir,
tristeza de alegría,
permitió encontrar los barrotes de la reja desteñida, 
pero no oxidada y contemplar el Cristo al centro del lugar
y arriba, 
en el extremo izquierdo, 
sumado a la historia familiar,
tu, tu nombre y la fecha del tiempo, tiempo breve que estuviste en este mundo. 




Primo amado, hermoso, mi príncipe azul no correspondido,
ella es mi amiga,
que hoy llega a este lugar
hermoso pero triste,
a veces frío,
de noche, quizás un poco desolado,
de tanta alma sin cuerpo,
vagando, atravesando muros,
acariciando copas de árboles 
y más arriba todavía,
oloriscando flores,
volando - viajando.


Recíbela,
ella como tu,
está en cuerpo, junto a la historia antigua de su familia,
como tú,
no encontraron un otro espacio,
como tú,
su alma ya está viajando, paseándose,
yo sé que ella desde hoy, 
es estrella fugaz, quizás estrella de mar.




Nos comprometimos a volver,
los cuatro,
cuando el tiempo sume el primer mes de ella
y yo me comprometo contigo,
a venir,
cuando el tiempo sume 18 años y un mes, contigo aquí.

Volveré,
lo prometo,
ahora sé el número de pasos suaves,
pisados sobre el piso de piedras,
que hay que dar, 
para llegar hasta ti, 
a ustedes dos.



Volveré,
sin mediar otro entierro,
volveré,
antes del próximo 11 de septiembre,
volveré,
¿para qué?
Para sentir otra vez y muchas más,
tu mano de palma grande, recorriendo mi cabello, 
enredando tus dedos en mi pelo delgado,
tranquilizando mis penas,
arrullándome de amor.


Te quiero y te extraño todos los 19 de septiembre 
y los 30 de noviembre también. 
De ahora en más, 
Carlita querida, 
te querremos y extrañaremos,
todos los 21 de septiembre y los 27 de julio. 
Y a los dos, los querremos y extrañaremos, desde hoy y por el resto de la vida.....

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