3 de febrero de 2017

El hombre que amaba a los perros.



Hace mucho tiempo que terminé EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS, pero por diversas razones, no me había atrevido, animado a escribir sobre el libro. Supongo será porque hasta el día de hoy, continúa removiéndo cosas, ideas, sensaciones, pensamientos, en mi interior. Menos por lo menos, de las que licuó casi, mientras lo leí y cuando lo finalicé. Sentí que el alma, el corazón, ideales, la vida misma ya no serían nunca más los mismos.

La noche después de terminado, me dormí sintiendo mucha vergüenza por ser ya no una pequebú, sino más bien una auténtica burguesa, porque nunca en la vida he pasado hambre, ni frío, soy hija de comunistas que fueron exiliados de su país, Chile, pero que a ninguno de nosotros cinco (integrantes de la familia), nos faltó nunca nada. Y siento vergüenza de ser quien soy, versus Iván o Leonardo Padura, que le tocó vivir en la Cuba que tanto he admirado, amado y que seguiré ensoñando, pero que sería bruta más que burguesa si tratara de tapar la verdad con el dedo chico de la mano y no aceptara que hubo gente que la pasó mal, gente que eran pro revolución, comunistas, que se quedaron por siempre jamás en la isla por miedo, por cobardes, porque les gustaba, porque pertenecían, porque no se iban hallar en ningún otro lugar, pero que la pasaron bien mal, tanto durante el proceso de asentamiento de la revolución como cuando se terminó el sueño de la URSS y perdieron el apoyo económico y se vieron más bloqueados que nunca y tuvieron que saber salir adelante solos, nuevamente solos y aislados.

Al igual que mi padre, sé que jamás podría haber militado en el Partido Comunista, la esencia excesiva de ensoñación, me impedía aceptar, bajar la cabeza y decir que sí, sí a todo lo que el partido mandaba y uno tenía que obedecer, será también demasiada rebeldia burguesa, arrogancia, inmadurez, exceso de personalidad. Pero no por ello he dejado de sentir todos los años de mi vida, infancia, adolescencia y adultez, una profunda admiración, cariño, añoranza por los comunistas, por los cubanos, por Fidel Castro, por la URSS, por el oso Misha, por los juegos olímpicos de la URSS, por Nadia Comaneci, por todas las palabras, libros, conocimientos, películas, que nuestros padres me traspasaron. Y quizás por eso mismo siento dolor por los comunistas de hoy, que ayer y siempre se doblegaron a Stalin y el Partido Comunista Chileno, actualmente a sabiendas de todo los "excesos" cometidos por Stalin, sigan diciendose stalinistas..... siento pena por los viejos comunistas que se comieron las mentiras, en su calidad de militantes ovejas, ordenados y  obedientes militantes ovejas. Siento pena, mucha pena.

Siento vergüenza porque si bien mi papá y yo de refilón, nunca fuimos  stalinistas, me sumé ignorantemente a los que odiaban y vilipendiaban contra Troski, cuando como dice mi hermano Antonio, él si que era comunista y junto a Lenin, son los verdaderos revolucionarios de octubre, (1917). Fui del montón que se llenó la boca, ignorante mi boca, contra él, diciendo que era ultrón, usar la definición "troskista" para señalar a los que utilizaban las armas en vez de la palabra para alcanzar sus fines, nada más lejano al verdadero Liev Davidovich Troski, que uso su inteligencia voraz para adelantarse a la historia, a los hechos, a las personas y sólo utilizó las armas en la revolución bolchevique junto a mi amado Lenin.
Siento vergüenza, porque soy un ser humano y sé como tales la porquería que somos, aquellos que acaba con el mundo, con los animalitos, los indefensos, los árboles, la biodiversidad y contra los que decidimos que son los malos, nosotros los buenos.

Pienso en Troski y sus últimos años como el "paria" deambulando por el mundo, buscando un lugar donde vivir y ningún país suficientemente valiente para desafiar a Stalin y recibirlo, sólo México, sólo Lázaro Cárdenas. El renegado, El Pato, Troski, convertido en alguien que nadie quiere, del que todos pasan como si tuviera la peste bubonica.

Pienso en Ramón Mercader, que tras alcanzar el objetivo por el cual fue reclutado, le toca vivir la misma suerte que a su victima. Tras 20 años de cumplir condena en México, es enviado a la URSS que ya no es la de Stalin, lo cual es casi para peor porque al menos con Stalin lo hubieran matado de una buena vez, en vez le toca presenciar la debacle de los países del Este, las miserias, el frió. Hasta que lo mandan a Cuba, vivir unos años junto a sus perros, conocer a Iván o Padura, contar su historia, la historia del innombrable, del que nadie conoce, nadie sabe qué es realmente el socialismo y para qué había que matar a Troski, ni quien lo hizo. Para teminar enterrado, con otra identidad, en el  glorioso cementerio de los héroes rusos. Vuelvo a pensar en la vida de Iván o Padura, en mi amada Cuba, aquella isla que me tocó conocer, con sus miserias y maravillas y la ensoñación constante del suelo que tocó mi padre alguna vez, de las historias que trajo consigo y que nos trasmitió. Pienso que sería de mi papá de leer este libro, de mi mamá, ¿lo sospecharían desde antes sin decirlo?

Y como dice a continuación mi querido hermano Antonio, este es un librón, remece por dentro, no te deja tranquilo, los pensamientos se apretujan en la mente, comienzas a sentirte parte de nada, los muros, miles de muros comienzan a desmoronarse y vuelves a pensar que por suerte te tocó ser burgués, que sufrirás pero nunca comparado con el padecimiento de Troski, Mercader e Iván. Y sin embargo, pese a perder la brújula, tu norte, sigues sintiendo en el fondo de todo, que necesitas seguir siendo comunista, un comunista real como Troski y Lenin, como Padura, como Antonio, mis papás, pero sigues sintiendo como vas cayendo, cayendo, cayendo, pides ayuda y aparece tu querido hermano Antonio, con sus palabras hermosas, inteligentes, para afirmarte y lograr continuar...

Colito, amada:
Es un libro que remueve todo un orden cultural del comunismo: da muy buenas razones para haberlo sido y mejores para no dejar de serlo, en su profundidad ontológica, pero retrata muy bien la gran tragedia de su derrota.
Yo nunca fui troskista: Troski fue comunista, y ese es el nudo del texto. No hay maniqueísmo: son hombres que vivieron y mataron por lo que creyeron y, con el tiempo, se vieron oprimidos por sus actos. No es relevar la creencia, sino ponerla en un mundo real donde lo que crees no es lo que existe.
Admiro a Padura, por su pluma desgarradora y amor por los hombres y mujeres que vivieron y murieron por/para el mito del comunismo. Es un creyente critico, que nos hace confesarnos a través de sus personajes. Es, también, un gran retrato de época.
Todos, al final del día, seguimos siendo comunistas, porque así vimos nuestro humanismo en la política del siglo XX.
Es una gran obra.
Abrazo,
Antonio.

No hay comentarios.: