Hace mucho tiempo que
terminé EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS, pero por diversas razones, no me
había atrevido, animado a escribir sobre el libro. Supongo será porque hasta el
día de hoy, continúa removiéndo cosas, ideas, sensaciones, pensamientos, en mi interior.
Menos por lo menos, de las que licuó casi, mientras lo leí y cuando lo
finalicé. Sentí que el alma, el corazón, ideales, la vida misma ya no serían
nunca más los mismos.
La noche después de
terminado, me dormí sintiendo mucha vergüenza por ser ya no una pequebú, sino
más bien una auténtica burguesa, porque nunca en la vida he pasado hambre, ni
frío, soy hija de comunistas que fueron exiliados de su país, Chile, pero que a
ninguno de nosotros cinco (integrantes de la familia), nos faltó nunca nada. Y
siento vergüenza de ser quien soy, versus Iván o Leonardo Padura, que le tocó
vivir en la Cuba que tanto he admirado, amado y que seguiré ensoñando, pero que
sería bruta más que burguesa si tratara de tapar la verdad con el dedo chico de
la mano y no aceptara que hubo gente que la pasó mal, gente que eran pro
revolución, comunistas, que se quedaron por siempre jamás en la isla por miedo,
por cobardes, porque les gustaba, porque pertenecían, porque no se iban hallar
en ningún otro lugar, pero que la pasaron bien mal, tanto durante el proceso de
asentamiento de la revolución como cuando se terminó el sueño de la URSS y
perdieron el apoyo económico y se vieron más bloqueados que nunca y tuvieron
que saber salir adelante solos, nuevamente solos y aislados.
Al igual que mi padre, sé
que jamás podría haber militado en el Partido Comunista, la esencia excesiva de
ensoñación, me impedía aceptar, bajar la cabeza y decir que sí, sí a todo lo
que el partido mandaba y uno tenía que obedecer, será también demasiada rebeldia
burguesa, arrogancia, inmadurez, exceso de personalidad. Pero no por ello he
dejado de sentir todos los años de mi vida, infancia, adolescencia y adultez,
una profunda admiración, cariño, añoranza por los comunistas, por los cubanos,
por Fidel Castro, por la URSS, por el oso Misha, por los juegos olímpicos de la
URSS, por Nadia Comaneci, por todas las palabras, libros, conocimientos,
películas, que nuestros padres me traspasaron. Y quizás por eso mismo siento
dolor por los comunistas de hoy, que ayer y siempre se doblegaron a Stalin y el
Partido Comunista Chileno, actualmente a sabiendas de todo los
"excesos" cometidos por Stalin, sigan diciendose stalinistas.....
siento pena por los viejos comunistas que se comieron las mentiras, en su calidad
de militantes ovejas, ordenados y
obedientes militantes ovejas. Siento pena, mucha pena.
Siento vergüenza porque si
bien mi papá y yo de refilón, nunca fuimos
stalinistas, me sumé ignorantemente a los que odiaban y vilipendiaban
contra Troski, cuando como dice mi hermano Antonio, él si que era comunista y
junto a Lenin, son los verdaderos revolucionarios de octubre, (1917). Fui del
montón que se llenó la boca, ignorante mi boca, contra él, diciendo que era
ultrón, usar la definición "troskista" para señalar a los que
utilizaban las armas en vez de la palabra para alcanzar sus fines, nada más
lejano al verdadero Liev Davidovich Troski, que uso su inteligencia voraz para
adelantarse a la historia, a los hechos, a las personas y sólo utilizó las
armas en la revolución bolchevique junto a mi amado Lenin.
Siento vergüenza, porque
soy un ser humano y sé como tales la porquería que somos, aquellos que acaba
con el mundo, con los animalitos, los indefensos, los árboles, la biodiversidad
y contra los que decidimos que son los malos, nosotros los buenos.
Pienso en Troski y sus
últimos años como el "paria" deambulando por el mundo, buscando un
lugar donde vivir y ningún país suficientemente valiente para desafiar a Stalin
y recibirlo, sólo México, sólo Lázaro Cárdenas. El renegado, El Pato, Troski,
convertido en alguien que nadie quiere, del que todos pasan como si tuviera la
peste bubonica.
Pienso en Ramón Mercader,
que tras alcanzar el objetivo por el cual fue reclutado, le toca vivir la misma
suerte que a su victima. Tras 20 años de cumplir condena en México, es enviado
a la URSS que ya no es la de Stalin, lo cual es casi para peor porque al menos
con Stalin lo hubieran matado de una buena vez, en vez le toca presenciar la
debacle de los países del Este, las miserias, el frió. Hasta que lo mandan a
Cuba, vivir unos años junto a sus perros, conocer a Iván o Padura, contar su
historia, la historia del innombrable, del que nadie conoce, nadie sabe qué es
realmente el socialismo y para qué había que matar a Troski, ni quien lo hizo.
Para teminar enterrado, con otra identidad, en el glorioso cementerio de los héroes rusos.
Vuelvo a pensar en la vida de Iván o Padura, en mi amada Cuba, aquella isla que
me tocó conocer, con sus miserias y maravillas y la ensoñación constante del
suelo que tocó mi padre alguna vez, de las historias que trajo consigo y que
nos trasmitió. Pienso que sería de mi papá de leer este libro, de mi mamá, ¿lo
sospecharían desde antes sin decirlo?
Y como dice a continuación
mi querido hermano Antonio, este es un librón, remece por dentro, no te deja
tranquilo, los pensamientos se apretujan en la mente, comienzas a sentirte
parte de nada, los muros, miles de muros comienzan a desmoronarse y vuelves a
pensar que por suerte te tocó ser burgués, que sufrirás pero nunca comparado
con el padecimiento de Troski, Mercader e Iván. Y sin embargo, pese a perder la
brújula, tu norte, sigues sintiendo en el fondo de todo, que necesitas seguir
siendo comunista, un comunista real como Troski y Lenin, como Padura, como Antonio,
mis papás, pero sigues sintiendo como vas cayendo, cayendo, cayendo, pides
ayuda y aparece tu querido hermano Antonio, con sus palabras hermosas,
inteligentes, para afirmarte y lograr continuar...
Colito, amada:
Es un libro que remueve
todo un orden cultural del comunismo: da muy buenas razones para haberlo sido y
mejores para no dejar de serlo, en su profundidad ontológica, pero retrata muy
bien la gran tragedia de su derrota.
Yo nunca fui troskista:
Troski fue comunista, y ese es el nudo del texto. No hay maniqueísmo: son
hombres que vivieron y mataron por lo que creyeron y, con el tiempo, se vieron
oprimidos por sus actos. No es relevar la creencia, sino ponerla en un mundo
real donde lo que crees no es lo que existe.
Admiro a Padura, por su
pluma desgarradora y amor por los hombres y mujeres que vivieron y murieron
por/para el mito del comunismo. Es un creyente critico, que nos hace
confesarnos a través de sus personajes. Es, también, un gran retrato de época.
Todos, al final del día,
seguimos siendo comunistas, porque así vimos nuestro humanismo en la política
del siglo XX.
Es una gran obra.
Abrazo,
Antonio.
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