6 de noviembre de 2010

LOS ABUELOS.

Como si no tuviéramos más que dos,
cual si pertenecieramos a un tipo distinto,
de los que sólo cuentan con un parcito,
pero qué parcito,
qué pareja,
porque de los recuerdos más hermosos,
muchos, muchos,
hablan de LOS ABUELOS.

Porque esas dos palabras hablan por sí solas,
todos los que las pronunciamos sabemos lo que decimos,
LOS ABUELOS son dos personas en particular,
dos personas encantadoras,
de cabecitas blancas (así nos tocó conocerlas),
que tuvieron los primos grandes,
después la segunda generación,
los que hacían posibles los veraneos en Isla Negra,
después, cuando llegaban a Guadalajara de tanto en tanto con hermosos regalos
para hacernos la vida mucho más entretenida.

Junto a ellos, salíamos a pasear, de compras,
a patinar a Chapultepec,
como éramos modosas hasta la saciedad,
nunca tuvieron que corretearnos, ni gritarnos,
ordenadas y obedientes, caminábamos a sus pasos,
que no eran nada de lentos,
escuchando las historias de Titin,
las correcciones de la Marta,
comiendonos un rico helado,
patinando a gran velocidad.

Después en casa,
pelearse por atenderlos,
¿quien masajearia la espalda de Titin?,
¿quien ayudaría a cocinar a la Marta?,
estar con ellos en su habitación,
escuchar sus discusiones domésticas,
sentarnos en su cama,
observarlos extasiadas de amor.

La Marta con sus tiempos tranquilos,
en los que los puchos podían prender fuego a la cama y ella ni en cuenta,
los desayunos que Titin preparaba para los dos,
los huevos aflanados,
el pan de molde tostado con jamòn para él,
el pan de molde con huevo estrellado para ella,
el olor a talco con colonia de Titin, así como su pulcritud,
la Marta balanceandose (mesiéndose) ya fuera en el sofá o en el borde de la cama y su cara volada, con esos ojos grandes, mirando hacia una estratosfera personal y distante.

LOS ABUELOS,
mis amados abuelos,
a los cuales se les extraña todo el tiempo,
porque dejaron impregnada la ciudad, el barrio, con su presencia, con sus pasos, sus voces...

La comida huele a la Marta,
al sabor que se extraña por el "chimbo farso",
por las "papas a la huaicaina", 
por la generocidad para dar a la familia siempre lo  más rico y lo más especial.

Los almuerzos de domingo,
las visitas de todas las tardes,
las teleseries sagradas a las 20 horas,
así como también los tiempos en que la tevita tevé era yo y Titin se preocupaba por mi pasión desbocada a verla,
pero siempre discretos, siempre comprensivos, nunca un reto, una palabrota, porque para eso eran LOS ABUELOS, los mejores complices, los más incondicionales.

De vuelta en Chile,
una que siempre se ha azotado con empeño,
recuerdo las caminatas al Pasaje Madrid con Titin,
al correo, a jugar la loteria, a comerse el ave palta de miga,
la coca cola.
Otras veces a retirar la jubilación
y por sobre todo,
esos paseos en los que hablabamos de la vida y sus matices,
fue justamente en esas caminatas él a bastón y yo ofreciéndole mi brazo,
cuando más improtante me sentí,
desde mi existencialismo azotado,
encontré un apoyo,
alguien que desde sus añales decía entenderme perfectamente
y además, me daba consejos para solucionar mis tormentos.

A LOS ABUELOS se les extrañará siempre,
porque quedaron impregnados en nuestras vidas,
en la memoria,
aromas,
en las fotos,
a través de los paseos por los mismos lugares que recorrimos juntos,
de las añoranzas infantiles,
porque ya no tenerlos es cosa difícil...

De pronto algunos deberían ser eternos,
eternos sabios,
eternos sabios acompañantes,
para quedarse a compartir la vida, eterna, sabia, juntos
y volver a sentirse comprendida,
acogida, querida.

No hay comentarios.: