22 de noviembre de 2013

Inmortalizar espacios.

¿Es realmente extraño querer inmortalizar un espacio?
Los externos supongo que lo encuentran freak, porque no viven todos los días de la vida rodeados de las nostalgias, los recuerdos, esas sensaciones que los seres queridos vienen y nos visitan. Pero para uno que está permanentemente y que sin embargo el tiempo transcurre y aunque se tenga memoria, recuerdos, fotos, uno siempre añora más y más. Como por ejemplo inmortalizar tu pieza, dejarla tan intacta como aquel último día lunes 8 de julio, en el que te llevamos al hospital. Dejar esa pieza tal y como la ocupaste por última vez. Con las mismas sábanas para siempre, los objetos escasos, pero tan tuyos, en sus mismos lugares, la ropa, los zapatos, las carteras, los objetos, todo, todo, todo. Y así entonces, cada que uno pasa por el pasillo (todo el tiempo por ejemplo) mirar tu pieza, inmortalizada, detenida, intacta, en ese último día. Aunque también lo intacto de ese día, evoca todo aquello malísimo que uno más que borrar, quisiera cambiar, hacer distinto, con otras decisiones y así pensar, sufrir, que duela el corazón, un apretón de guata, que quizás de haberlo hecho tal y cual distinto a asá y así, tu estarías aquí.

Lo intacto de un espacio, del espacio tan vivo en el que estuvo alguien, tiene esa dualidad de dolor y al mismo tiempo de altar, de memoria, de ejercer por siempre jamás el ejercicio de la memoria. Lamentablemente en tu caso no queda casi nada, se nota que no estás, duele tanto esa sensación y por eso tiendo a pensar en esto, en que quisiera que todo hubiese quedado inmóvil, para poder entrar a esa pieza y de alguna manera sentir que estás ahí, más que en ninguna otra parte, más que todo el tiempo en todas partes.

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