17 de julio de 2012

Desorden existencial.

Anoche pensaba en el momento en el que comenzó este "desorden existencial". No puedo evitar pensar con presición de "toc" en una tarde cualquiera en la casa de Bruselas 150, Guadalajara, Jalisco, huyendo de la cocina hacia mi pieza con un plato de huevos fritos y un gran pedazo de pan.

Pero en realidad en esas maldades de niña chica, se escondían al igual que para mi sisterna Manucita, un exceso normal de energías propios de la edad, las cuales nos las teníamos a bien tragar, matar o colgar de un poste, porque como familia "chilena, comunista, exiliada" que éramos, no había para talleres. Pero ¿quién pedía talleres cuando para eso estaban las plazas, parques?, como por ejemplo los camellones de la avenida Chapultepec. También estaba el hecho no menor que para esos menesteres, requeriamos de padres relativamente jóvenes y los nuestros que eran unos amores comunistas y que nos dieron muchas, muchisimas cosas buenas, estaban un tanto old para la energía de la juventud reinante.

Supongo que así fue como la Manucita tuvo que emprender el aleteo y esperar a que un día tanto movimiento, la llevara a volar hasta un lugar distante, distinto y hermoso. Mientras lencha Colombita ensoñada, bastante más lencha, sedentaria y encandilada por la pantalla de vidrio, digase la TV, encontró la mejor comapañía, amistad y emoción para gastar energías, que más no fueran visuales, que adentro del mismo lugar. Harto tiempo que me costó entender que Pedro Armendariz no era Pancho Villa, asi como que Pedro Infante no iba por la vida lanzando balazos (no tan así al menos). Medio entendida la diferencia entre realidad y ficción, no hubo película del Cine de Oro de México que no viera, así como tampoco las malas "re malas" que mi padre tanto sufría cuando las veía, las protagonizadas por Enrique Guzman, Cesar Costa y Angelica María. 

En paralelo y ya que estábamos bastante tiempo de la tarde a solas, aunque en algún lugar de la casa pululaba mi madre, buenas amigas fueron las teleseries. Llorar, sufrir, tener pesadillas después, reír, soñar al son de todas y cada una de las mujeres que se enamoraban, tenían guaguas, quedaban ciegas, sordas, paraliticas, para después de sufrir mucho lograr al fin, reencontrarse con la guagua lanzada al mar, tirada en la calle, regalada, vendida y además con el príncipe azul que era un hijo de puta, pero que todo lo había hecho por amor, porque aunque se notara más bien que era un  mandilón (agarrado por los eggs por parte de su mamá, o sea la suegra), él la amaba a ella, la que había sufrido como nadie, la amaba como nunca en la vida, como la primera y la última. Ahí surgió la manía, gusto, placer, por grabar la música, canciones de las teleseries, los diálogos más importantes, influyentes. Practica que desarrollaría también con las películas.

Pero las energías de niña y después de adolescente continuaban cocinandose a fuego lento, en los sueños, ganas, de gastarlas solamente. Pasaba que en las caminatas de los fines de semana en familia, lográbamos gastar unos cuantos kilos, en lo personal más bien se me iban acomodando entre los muslos y cadera (grafcias a los comistrajos pecaminosos y escondidos que seguían presentes), lo que ayudaba a caer al suelo en cada una de los paseos, donde mi padre me rezaba el rosario del garabato encolerizado.
Es más, a falta de espacios para gastar las energías, dedique el tiempo extra en atesorar una economía paralela a la familia, en base a los vueltos, dineros sueltos, aparentemente de nadie y desde ese momento propios. Asi que cuando sumaron una cantidad interesante, previos consejos sabios de mi amado abuelo Titin, los lleve a Banca SERFIN donde abrí mi primera libreta de ahorros. La cual, una que otra vez  ayudaría a mi padre, quien un día pilló "chanchito", a su hija, saliendo de la sucursal capitalista.

Después sofisticaría el entretenimiento del gasto de energías, en alargar la garra, la mano, la muñeca con dedos y apropiarme de todo lo ajeno que brillara o sonara al caer. Convirtiéndome en la "urraca" como graciosa y traumatizantemente me bautizaría mi padre. Durante mucho tiempo pensé que era la mejor carterista de México, hasta que mi sisterna Manucita develóme la verdad: todos sabían de mis habilidades y tenían que adelantarse a los amigos de mis padres, míos propios, excusando que tenía problemitas "la niña".
De todas maneras de aquellos años mosos en los que me creí la mejor entre las ladronas, atesoro unos aritos de brillitos bien lindos y bueno, las moneditas o billetes fueron a parar a la cuenta SERFIN.

Otras cosas ocurrían, cuando los abuelos paternos: Marta y Titin, arribaban a Bruselas 150 y después a Gregorio Dávila 14. Porque mis abuelos lindos, iniciadores de las buenas costumbres de caminar, pasear, viajar, conocer entre más lugares mejor, nos sacaban casi todas las tardes (sobre todo en las vacaciones de verano) a andar en patines a los camellones de la Avenida Chapultepec, a tomar helado, al supermercado, a vivir aventuras de velocidad arriba del Parvial por Vallarta e Hidalgo. Y eso que mis lindos abuelos eran mucho más viejitos que mis padres, porque "las tres gracias", éramos nietas de segunda camada. 
Cuando los abuelos ya no les dió para viajar a vernos, por suerte, comenzó a pasar aquello innevitable llamado crecer, donde además algunos maduran, ese no fue mi caso, si el de la Manucita y obviamente también el de mi sisterna Pasqui. En ese proceso, en mi caso al menos, los kilos se habían ordenado un poco entre tantas partes que tenía mi cuerpecito sobre todo a lo  alto y para mi suerte, el reflejo en el espejo no estaba tan pior, al menos me chiflaban los albañiles al pasar. Por lo que las hormonas podían salir a pasear y darse banquete.
Pero las cosas nunca han sido simples para Colombita ensoñada, será principalmente porque es del equipo de las azotadas, de las exageradas, de las que viven un  minuto como si realmente durara 100 y como si fuera el último y por lo tanto, hay que respirarlo a concho, de manera tal que nunca de los jamases se pueda olvidar. También será porque la Colombita ensoñada, era y es fundamentalmente "soñadora" y al enamorarse, que era a cada rato, este galanazo en cuestión, si quería algo, debía alcanzar algunas metas antes de merecer la entrega del premio mayor. Está de más decir que ninguno, ninguno de los ningunos, se las jugó por hacerlo.

De hecho, pocos aguantaron a mí lado mucho rato. Los que no se fueron corriendo como alma en pena, excusaron un asunto importante, otros más valientes e insensibles me cortaron de una y corrieron a los brazos de las "rapiditas" que así también quedaban embarazadas, pero eso es otro cuento. Ninguno pretendío asesinar al primo aquel, de nombre Ricardo Twain Orrego, al cual le habían destinado, junto conmigo, que al cumplir la mayoría de edad tendriamos que casarnos aunque no nos amaramos. Ninguno quiso jugársela por secuestrarme y arrancarme de esa promesa hecha por los mayores sin consulta de esta infanta enamorada y de corazón soñador. Ni el propio primo en cuestión, quiso jugársela por la doncella y prefirió continuar perteneciendo a mis fantasías paralelas, en aquel mundo distante y azul llamado CASA AZUL.

De todos modos y como buena soñadora, ya que estábamos acostumbrados a gastar las energías de manera rebuscada, creativa, buenos eran los Diarios de vida, para rememorar al son del lápiz, sintiendome Jane Eire o Cumbres Borrascosas, quizás Inés del David Copperfield o Mercedes la amada eterna de Edmundo, El Conde de Monte Cristo. Narrar en esas blancas páginas, mis vivencias rosadas y ensoñadas, que eran más bien ensoñadas, las que tocaban tierra no pasaban de la manito sudada, del beso a borde de labio, de miradas, muchas miradas, fundamentales miradas que iban directo a mis ojos. Alejandro, Mario, David, Victor Hugo y paremos de contar.

Cuando esa lista terminó de llenarse, habíamos vuelto a Chile, yo para mi desgracia era una persona grande, a punto de cumplir 18 años, pese a toda la baba que se me seguía cayendo no solo por la boca, pese a que continuaba llena de energía, que ahora utilizaría en gastar metaforicamente, en vivir añorando a mi amado México, a Antonio, a los amigos, Roon, Maytrella, a los amores incompletos.
Y para los momentos de exceso de incertidumbre, de faltas varias, nada mejor que los platos con huevos fritos y un buen trozo de pan y sobre todo, comérselos a hurtadillas,
en secreto,
de forma prohibida,
porque lo mero bueno, lo que vale la pena, lo que sabe más rico,
es aquello que no te está permitido,
como gastar energías naturalmente,
como comer sentada en la mesa y saboreando tu comida.

2 comentarios:

manuza dijo...

Colomba, cada texto tuyo es un viaje con tantas escalas

Admiro desde lo más profundo tu valor y generosidad, ese que te permite abrir tus mundos de par en par a quienes te leemos.

carlosmxax dijo...

geniales tus recuerdos
y que buena manera de detallarlo
de vez en cuando, cuando en vez pasaba por aca y ahora me topo con tu rostro...

saludos!