12 de febrero de 2011

Nostalgias costeras.

El miércoles llegué a Isla Negra.
Isla Negra, no es cualquier playa, balneario, más allá del señor bueno para la sandia (Neruda), es la playa donde veraneaban mis abuelos, mis papás y donde nos tocó un poquito a nosotros. Obviamente que el bueno para la sandía es el elemento fundamental, de por qué todos los veraniantes con casa en el litoral llegaron aquí, pero mis evocaciones veraniegas van más allá.

Como soy hija de mi papá, arrasatro las nostalgiasa como parte de mi existencia, así que el miércoles en la tarde salí a pasear por el camino de Isidoro Duburnais, hasta la Hosteria y de ahí playa, casa Neruda, playa de los Bulnes, la subida y mirar el mar sin aliento en los asientos de piedra. El mar es una cosa esplendorosa. Creo que si me dieran a elegir entre mar o campo, pediría un bosque con vista al mar. Porque amo los árboles por sobre todas las cosas del mundo y además, me gusta esa tranquilidad amplia del mar, de las olas del mar, de la inmensidad del oceano. 
Y el tema es que entre mis nostalgias, lo que más me pega de Isla Negra, es saber que era el cotidiano espacio de mis abuelos, todavía poder observar y regresar el tiempo atrás cuando paso por delante de la casa de los "abuelos" y constatar los cambios. Y es que en realidad nada es como antes. Quizás es la obviedad del momento, pero para una pegada en el pasado, el cambio a las edificaciones, lugares, ciudades, paises, es casi un golpe al estomago que te deja sin aire, que desorienta y de pronto no sabes donde estás.

Pero finalmente siento que el mar, la playa, sea en verano o invierno, tiene un "algo" especial que evoca mucha nostalgia, romanticismo, necesidad de escuchar músicas que llegan a las entrañas, que hacen que tu corazón palpiate aceleradamente, el movimiento de las olas, su color a veces gris, otras azulado, calma y transporta hacia espacios anteriores, recuerdos, momentos maravillosos vividos antes.......... nostalgias.
Y me pasó que al contemplar Isla Negra, sentí que poco era como antes. Caminando por la playa de Las Agatas, Neruda, Los Bulnes y la Posa, no quedaba arena donde echarse, donde tomar sol y cáncer, La maleza suculenta está por doquier, las docas son las toallas para tenderse y qué decir de la suciedad que los "pitecantropus", dejan a su paso.
Salir a caminar por la Playa de las Conchitas (cochinaditas) es un decir, porque cuando no te encuentras con charcos de agua putrida, son los cercos los que te impiden seguir el paso. Después, en los terrenos que antaño había árboles: pinos y eucaliptus, ahora sólo vestigios de incendios y maleza seca... cambios, cambios, cambios, modernidad. Y creo que comienzo a odiar tanta modernidad.

Qué dirían mis abuelos de todos estos cambios. Las casas aledañas a la de ellos, están todavía -por suerte-, pero abandonadas, con todos los postigos oxidados y cerrados. Ahora los autos pasan por Santa Julia como si transitaran por la autopista, ya no se puede caminar con tranquilidad porque los imbéciles siempre pueden pasar por encima a placer. Por suerte dentro de todo lo malo, está la casa de mi Tía Martita, que es realmente un reducto precioso y encantado, que tanto por la casa, el interior, su jardín, te devuelve instántaneamente al pasado, a las nostalgias miles. Abre ante tus ojos una vista maravillosa a ese mar hermoso que suena de noche y de día y que en el vaivén de sus olas, evocas, atraes a los abuelos, las imágenes infantiles, el olor a mar, a pasto recién regado, cardenales o geranios. Los perritos que pululan por los alrededores te recuerdan a Blanquita, Milú y todos los perritos que tuvieron los Orrego Matte, Parra, Sánchez, Silva.
Y aunque en las noches, estando sola en la casa preciosa de Martita-Javi, me da un poquito de miedo, miedo no a la soledad que es tan hermosa y agradable, si no más bien a que el maravilloso mar se enoje, encrespe y levante........... y pienso en la muerte, en los que ya no están y en el lugar en el que quisiera morir............ que sigue siendo México  y me doy cuenta que no quiero irme todavía ni surfiando sobre las olas de un maremoto, ni en forma alguna, porque aunque no están muchas de las personas que amo, porque no está mi amado Gogo, tengo una extraña adicción a la vida, a vivirla, tratar que en el disfrute alcance la felicidad más plena. Que me perdonen mis muertos, los ausentes que están siempre presentes y a la vez, protejan estas ganas inmensas de vivir y ser feliz.

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