12 de julio de 2016

Buscando a mis papás.

De chica no me interesaba escuchar a los mayores,
la TV contenía toda la magia e historias que mis ojos y oídos necesitaban obtener,
la magia de sus dramas,
el amor y sus pasiones, 
la música, coreografías y canciones,
pasó el tiempo 
y sumado a los regaños de mi papá echándome en cara los momentos desperdiciados junto a Antonio y los queridos amigos de Guadalajara,
aprendí a valorar esos momentos,
encontrar sentido y gracia al escuchar las historias de las personas mayores.

Como con mis amados Titin y Marta,
los tangos, las poesías, las historias que contaba mi abuelo querido,
ya fuere en su escritorio,
o su dormitorio 
o mejor aún, cuando salíamos a pasear por las cercanías de la casa.
Tomada de su brazo,
él hablándome de la vida, su vida, mi vida, 
escuchaba mis problemas, 
comprendiéndolos como nunca nadie, 
poniéndose en mi lugar como nunca nadie
e intentando aprendiera a separar y distinguir lo importante de lo que no,
lo exagerado de lo cierto,
lo importante de lo trivial,
para que no todo me hiriera o me ofendiera. 

O las historias que mi padre nos contaba de chicas,
en México,
historias de sus aventuras de infante, de joven, con su familia y hermanos, después con mis hermanos mayores, también junto a mi mamá, viajando por Chile, por el mundo. 

Narraciones maravillosas en medio de los viajes que hicimos por México, 
cada uno de esos relatos,
atesorados en mi memoria, 
que de cerrar los ojos vuelvo al momento exacto, 
ya sea dentro del Wolkswagen, 
sentados alrededor de la mesa,
relatando aventuras del Morro, en Buin o en Europa.

Historias maravillosas, 
sumado a la gracia infinita que tenía para contarlas,
hasta en sus momentos más malos, de mayor locura,
cuando hablaba y perdía el norte de lo que decía,
yéndose por las ramas,
sus relatos nunca dejaban de tener sentido,
aunque no volviera jamás a la historia primigenia,
aún en esos momentos, 
las historias eran divertidas, entretenidas y con mucha, mucha, descripción de ambiente.

Será por eso que en este momento de vida, "la que nos tocó", 
cuando ya no están ni mis abuelos, 
menos a mis papás, 
extraño esas instancias mágicas de sentarme, observar y escuchar a los grandes.....

Es entonces que los momentos vividos,
en compañía de mi querida familia - adoptiva, Acuña Moenne, 
vuelvo a reconocer y reencantarme al escuchar a mi Papito Vicho. 
Observarlo y escucharlo.
Mirarlo hablar, gesticular, mover las manos,
cerrar y abrir los ojos, la intensidad con que su rostro se iluminaba con una u otra historia, los tonos de su voz.

Escucharlo y mirarlo, 
en ese ejercicio algo de mis papás habrá, 
no lo sé, 
pero entre más lo miraba,
más parecido le encontraba con mi papá.... 
según yo tienen los ojos y la nariz parecida, 
aunque Don Vicente tenga una nariz más griega 
y la de mi papá era más tosca que se complementaban con unos enormes y hermosos ojos garzos, 
mientras que los de Papito Vichito son más chicos. 
El biológico alto, de tez blanca, 
el de adopción un poco más bajo y de tez más mora. 
Y sin embargo para mi son como dos gotas de agua, 
que reconfortan las tristes y nostálgicas ausencias a por uno y la alegría cercana a por el otro. 

Volver a mirar, observar y escuchar a Papito Vicho, 
quien va contándome sus historias, recuerdos, anécdotas, 
palabras, letras, oraciones, 
van meciéndose,
como navegando hasta entrar por mis oídos,
alojarse en mi memoria, 
para después ir a buscarlas
y rememorarlas,
como los ecos de las palabras, que volando están en el aire, de mis paires y abuelos amados.

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