5 de septiembre de 2013

Imágenes marcadoras.

Recuerdo algunas noches de infancia, en mi habitación de Gregorio Dávila en Guadalajara, tratando de quedarme dormida, mirando el afiche de La Moneda incendiada y las frases del discurso de Allende:
"no se detienen los procesos sociales,
ni con el crimen,
ni con la fuerza"
y como la idea de la muerte, su muerte, la nuestra, la mía, su significado provocaba un estremecimiento estomacal, cercano a la sensación un abismo que se abre dentro mío, seguido de fuertes retorcijones.

La muerte, el fin, ya no ser, no estar, no estar, NO ESTAR MAS, eran palabras oscuras, tristes, negras, que provocaban seguro desvelo, ya que tardaba mucho en apartar esas ideas de mi mente. Lo más terrible, era pensar mi vida sin mis padres, que algún día tuviera que estar sin ellos, nunca más junto a ellos, no verlos, no tenerlos a mi lado nunca, nunca, nunca más, me aterraba profundamente.

Con los años sume aquellas situaciones inusuales, marcadoras, como el curioso estilo de vida de las nuestras vecinas españolas "Las Hermanitas Arceluz", en Bruselas 150 en guadalajara. En la casa a mano izquierda, vivían estas tres hermanas de edad madura, acompañadas unicamente por su perrita "la chiquita".
Tres mujeres, como mis hermanas y yo.
Cada una con una personalidad particular y definida:
Laurita, la mayor, encargada de administración económica, una mujer pequeñita, gordita, de pelo largo canoso que peinaba con una trenza muy ceñida a la cabeza.
María Luisa, la hermana seria, seca, la gruñona, y encargada de las compras, el aseo y la comida.
María Teresa, la más dulce de las tres, era la menor, la más tierna, romántica, soñadora, dueña de  la perrita "la chiquita". Ella, una mujer de piel muy blanca igual que sus hermanas, la más coqueta, que pintaba las uñas de las manos de colores más llamativos, así como el cabello y los labios. De las tres, era la más linda y la que guardaba el secreto de un amor fallido que la obligó a quedarse a vestir Santos, junto a sus hermanas.
Y me marcó tanto, tanto, la curiosa similitud de que ellas fueran tres hermanas, como nosotras, que vivían juntas, en la casa continua y nosotras tres mil veces más jóvenes, pero tres también y con nuestras personalidades definidas y particulares.

Esos detalles, sucesos de la vida, que marcan con tal vehemencia, al grado de sentir que el mundo se divide entre un antes y ese después.
En el que una noche, le pedí a mi Dios personal, que cuando llegara el tema de la muerte, permitiera que fuera yo la primera, antes que mis padres, a sabiendas que jamás de los nuncas, podría permanecer contenta sin ellos, que la vida sin ellos no sería tal.
Además, de la posibilidad de vivir las tres hermanas juntas en una misma casa, con alguna mascota y nadie más, al igual que las "Hermanas Arceluz", y que por cierto, no me desagradaba demasiado tal situación.
Pienso ahora si será que ese pensamiento el que ha hecho tener esta vida sola, más no solitaria..... 
Lamento que mi Dios personal, no me complaciera en haber sido yo la que muriera y no mis padres amados. 

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