2 de junio de 2013

¿Madurar?

El otro día caminando por la calle, con el frío otoño rosando mis mejillas, pensé, pensé hasta que decidí, que asumiré que me voy a morir. Que no soy Hihlander, no soy inmortal.
He decidido asumirlo porque imaginar, soñar, pensarme distinta de pronto ya no me resulta muy convincente y para fuera (aunque sea lo que menos pesa) sueno más bien delirante, loca, casi estúpida, avestruz, escapista. Todas, todas, las palabras que más he odiado en mi vida.
Decido entonces que soy tan mortal como los comunes y tan común como los mortales.

De mirar mi cuerpo, mi cabello, las manos, los rasgos, del paso del tiempo hablan que efectivamente no hay tal detención, que ya no soy la niñita de Guadalajara, hace mucho tiempo que deje de ser una niñita para bien y para mal. Hace más tiempo todavía deje de ser de Guadalajara, pero ese es un estado que todavía puedo recobrar.

También porque pensé que de ser inmortal, tendría que vivir solita, renovando lazos, vinculos, año a año, centauro de centauro, porque evidentemente las personas que rodean mi vida, todas y cada una morirán, o se han ido ya.

En realidad el desarme a la creencia de ser inmortal, surgió como un precedente, el día que murió mi abuela Marta, para colmo en el día de cumpleaños de mi abuelo Titin. Ellos, los seres más hermosos, especiales y queridos por mi niña, adolescente y siempre, se fueron. Primero ella y después, tres años después mi querido abuelo Titin. Y si le ponemos memoria al asunto, sumemos a la Quetzi I, al Gregorio, a la Quetzi II, al Cuchi, al Atila, Gremnlin, Escobita. Y antes de muchos, mi papá. Creo que han sido las muertes, estas presentes y constantes muertes, las que hacen inentendible, incomprensible, infantil, creer que yo por alguna razón especial, soy inmortal a diferencia de todos los demás.

Si la inmortalidad, vista desde el común de la masa, es una distinción, algo más que especial que te toca con aquella varita dorada, entonces, entonces por qué murieron mis abuelos. Ellos, mis lindos, amados, especiales, encantadores, increíbles Titin y Marta, si eran las personas mas maravillosas del mundo y tras tener una vida extensa, entretenida, nutrida, variada, especial, interesante, llegó el momento en el que sin miramientos se murieron ¿por qué yo no iba a correr con la misma suerte? Y si le sumamos que después murieron todas y cada una de mis especiales, queridas, amadas mascotitas ¿por qué ellos si y yo no? Y además mi papá. El creador de toda mi historia, que sin él y sin mi mamá yo no estaría aquí, ¿por qué él si se muere y yo no?

Peregrina idea.
No tanto en realidad si asumimos que no es otra cosa más que miedo.
Miedo a morir.
A morir evidentemente, a que la sensación de no ser, no estar, desaparecer, no existir, materia que se evapora, que ya no es, que no responde, no escucha, no habla, no respira, que todo eso soy yo y que un día, quién sabe cual día, tendrá que dejar de ser, estar, latir, sentir. Miedo, miedo, no a lo desconocido y bien lo sabes, si no a dejar de ser, estar, sentir, latir. A no ser más. A que quizás siempre he sentido, unas veces más que otras, que mi vida no es suficiente, no ha sido suficientemente vivida, sentida, latida.

Pero eso es otro cuento. Que en realidad es todo un  mismo, un algo, un todo, pero paso a paso, estamos arreglando algunas cosas para llegar a otras o al menos, tratar de encaminarse a otras.

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