22 de octubre de 2011

Al final del camino.

¿Y si los conjuros existieran?
así como la posibilidad de volver a creer, confiar,
confiar en que en esta noche oscura, de estrellas pocas, de calor intenso durante el día,
ahora que la calma vuelve,
los silencios de la música, de los pensamientos,
aquellos pensamientos que no paran de preguntarse dónde estará,
dónde el bien amado,
¿estará? ¿existirá? ¿habrá nacido?

Y si fuera posible que en esta noche de sábado,
de noche cualquiera y número par,
encontrara aquello por tanto tiempo buscado, esperado, ansiado,
¿por qué no poder confiar?
esperar que el conjuro materialice este corazón deseoso de ser querida, contenida, amada, abrazada, acariciada.

¿Por qué no poder volver a confiar?
creer, esperar, soñar, saborear ese cosquilleo delicioso por sentir la cercanía de otra piel,
otro aroma,
otro cerca mío, muy cerca mío,
el rose de su mano sobre cualquier espacio de mi piel, del cuerpo,
besarnos.
Volver a sentir,
saberse cosquilleante, querida, deseada, acariciada.

Intensamente quiero
y a la vez intensamente quisiera que mi necesidad no sea la causante justamente,
de que todo cuanto anhelo se marchita antes siquiera de verse materializado.
Por favor pertitus pulgosu,
por favor todo poderoso, inclina tus ojos hacia donde estoy,
ayudame a encontrar aquella persona por tanto tiempo ausente,
dejalo llegar hasta mi.

A encontrarse conmigo en el final del camino, para iniciar uno mucho más largo y hermoso.

17 de octubre de 2011

La Casa de RIVERTON.

Dos veces en el año debería ser motivo de extrañeza, regalo, cometas en el cielo, estrellas fugaces.
Por segunda vez y en manos de la misma autora, tengo que dejar ir una historia, personajes, con quienes me sentí demasiado parte. Grace, Hannah, Emliane, David, Robbie, Albert, Riverton, el señor Frederick, las colinas, la laguna, los parajes maravillosos.

Anoche cuando terminé la novela, estaba totalmente abrumada. Con la cabeza sobre la almohada, mirando hacia el horizonte pensaba en cada una de las situaciones leída, vividas, experimentadas. En aquellas veces que tras una lectura intensa me quedé dormida, transportándome a Riverton, al caserón, junto a Grace, Hannah, caminar y correr por las colinas, sentir la hierba entre mis piernas, el sol en la espalda, caminar por los pasillos de la casa, en el subterráneo de la servidumbre, subir por la escalera hasta las habitaciones, la de los niños,  la de juegos, formar parte de El Juego. Hasta que me quedé dormida, para amanecer con un profundo suspiro de tristeza.
Suele ocurrirme.
Momentos tan intensamente vividos provocan desazón en el alma y una que para colmo es intensa. Vivir a través de los personajes, sintiendo más de una identificación o saber con certeza que cuajaría a la perfección en todos los rincones de Riverton, pensand, sintiendo y latiendo como Grace, en el mundo de Hannah, solitaria por los alrededores, asomada por alguna de aquellas ventanas mirando praderas, laguna o cielos celestes con nubes blancas, rememorando un mundo áun más maravilloso del ya experimentado.

Y ahora todo ha llegado a su fin.
Los sabores más diversos me acompañaran por un tiempo largo, espero eterno.
Quizás dentro de unos miles de años, hasta podría releerla....
Mientras tanto oníricamente unida a ellos, plena de toda esta felicidad, belleza, secretos, momentos, sensaciones, olores, nostalgias que despertaron, que nunca se durmieron y que seguirán latiendo fuertemente en nuestro interior
¿Verdad chicos?
 ¿Verdad Grace, Hannah, Albert, David, Emiliane, Robbie?

10 de octubre de 2011

... Tres años ...

Tres años.
No parece tanto tiempo transcurrido, pero si lo es cuando en ese lapsus, se dejó de tener, estar, compartir la vida contigo. Mi querida Escobita, sólo fotos permanecen, muchos recuerdos, ternuras, momentos lindos vividos juntos. Junto al Cuchi, al Facundo, al Atila, después con Gremnlin y ahora sin ninguno. Tiempo, tiempo, tiempo. Pero también existe la memoria para no olvidarte nunca y en vez recordar siempre. Aunque el día que queda marcado en la historia, sera justamente el más triste.
Te quiero mucho mi Escobita linda.

7 de octubre de 2011

Words don´t come easy.

Día de cielo tempestuoso,
como mis intensiones,
decididas, silenciosas,
lo úlitimo que busco es tapar los hechos con palabras otras.

Hechos, acciones, decisiones,
aunque duelan,
nuevamente ese dolor desde la garganta hasta el estómago,
inseguridad, otro poco de nervios,
ansías, esperanzas a por las ilusiones nunca antes alcanzadas,
aunque, aunque, aunque.

Que nada lo turbe,
con ese cielo grisáceo,
viento, viento, poderoso con tu fuerza de coloso...
el arcoiris entre las nubes,
por el camino,
sendero que avanza con dificultad,
cielo, viento, el arcoiris entre las nubes grises.

Finalmente ahí,
con el secreto en la punta de la lengua,
encontrarse, enfrentar, aparecer,
la sorpresa, alegría en los ojos, achinados sonrientes,
acompañarse esas horas entre presencias ajenas, inadvertidas,
arriba uno, desde lo lejos la otra,
oscuridad de las luces eléctricas, juntos los dos.

Conversar y conversar,
agarrar el aire, ánimo a por los momentos recientemente vividos,
juntamente compartidos,
señas que lo espere "un ratito",
caminar por las calles, tomada de su brazo, con rumbo definido, pasos firmes, indirectas de lado...
Momentos chispeantes,
indirectas, comentarios a medias,
insinuaciones, directas, de lado, indirectas, de lado.
Cielo grisáceo-azulado,
viajando juntos,
lluvia chocando contra el parabrisas,
camino lento, palabras de ida y vuelta.

Beso fugaz,
despedida brusca, "cargosa",
lluvia sobre el pelo,
pensamientos volando aceleradamente.
A través de la ventana, claridad de día soleado, no da para más,
demasiadas cartas lanzadas, aire estancado en la garganta,
cansancio, cansancio,
sin fuerzas ni intensiones, ni ganas, menos esperanzas.

¿Cargosa yo?? ¿la princesa del perrito pulgoso?
valorada, admirada, querida, apreciada,
cariñosa, simpática, fiel, deseosa de ser abrazada, querida, contenida,
querida, QUERIDA, querida, QUERIDA,
¿Dificil de entender?

Perrito pulgoso, se necesita con urgencia,
después de siempre, las gotas caen sobre el pavimento, sonando fuertes, pesadas, volando.
Las certezas mirando el firmamento, concretas,
bajan por la cabeza,
hacia la garganta, por el corazón, la nostalgia,
la memoria, la piel, los olores, los recuerdos.
Tu recuerdo cayendo a través del corazón, deteniendose en la nostalgia a por el aroma de tu perfume,
a por tus ojos, el sonido de tu voz.
Dolor, dolor al peso de la verdad, 
duele, duele, duele,
de cuerpo entero, la nostalgia hacia el corazón,
el estómago se aprieta, la garganta llora,
los pensamientos vuelan.
Certeza, certeza, certeza,
cansancio también,
batalla sin premio, beso de labios, rosando a penas.

Sin querer dejar pasar este día,
con sus decisiones, riesgos tomados,
perdidas, logros,
hacer lo que se siente,
por encima de todo,
HACER LO QUE SE SIENTE, POR ENCIMA DE TODO.
Nostalgias por los ayeres recientemente existidos y que sin querer soltarlos, pertenecen al pasado.

5 de octubre de 2011

Para mis muertos amados.

De fábula.



Todas las noches lo desenterraba para ir a dormir. Abrir la cama, acostarme de lado y arrastrarlo hacia mi estomago, entre las piernas flectadas y el pecho. Acariciando sus patitas, sentir el olor de sus pelos fríos y mojados hasta quedarnos dormidos. Y antes que el cielo se tornara completamente luminoso, envolverlo en la funda de la almohada, depositarlo en el agujero del patio, bajo la bugambilia.


La abuela Marta fue la que me dio la idea, dijo que si estaba muy triste por su ausencia, no lograba resignarme, el verdadero amor lo aceptaba todo, incluso estados de descomposición. Ella sabía lo que decía. De chica como de seis o siete años, vivía en el campo con su familia, cuando su hermano mellizo murió de sarampión y fue tal la tristeza que reinó en casa, que la mamá lo sacaba todas las noches del féretro, para dormir con él y mi abuela. Después cuando llegó el momento de enterrarlo, le exigió a su marido que lo dejaran donde estaban los árboles frutales y que construyera una capilla cerquita suyo, cosa de que en las noches de invierno, no se enfriaran a su lado.
Eso si que no era cosa de llegar y desenterrar a lo tonto, porque en los veranos que mi familia pasaba en el campo, entre los primos y mis hermanos, nos dedicábamos a buscar animalitos muertos para enterrar y después sacarlos de noche, pero no pasaba nada. De hecho cuando se murió el perro del capataz, presenciamos el entierro y al finalizar el verano, cavamos su tumba pero sólo había restos de cráneo, no le quedaban pelos, los orificios de los ojos estaban repletos de gusanitos blancos y no se veía de dónde agarrar para sacarlo del agujero.


Ahí fue que mi abuela nos contó sobre los tipos de muertos que existen: los que se quiso realmente, esos de los que ni su sombra se recuerda y de lo cerca que podemos mantenernos, cuando el vínculo es sincero.
Las primeras historias provocaron noches de desvelo y pesadillas, nuestros papás no se explicaban por qué insistíamos en dormir con las luces de la pieza encendidas, la puerta abierta por completo y en cambio, la ventana cerrada con el pestillo puesto. Es que la abuela nos había advertido que al sacar al muerto equivocado, por quien no te unía nada, éste permanecía durante un buen tiempo buscando a sus usurpadores y si los encontraba, como era más viento que materia, entraría por la ventana, siempre de noche, porque los muertos son como los vampiros y no soportan la luz del sol y como están enojados, las posibilidades de venganza son muchas.


Nuestro primer muerto, con quien nos unía un vínculo profundo y a quien lloramos muchos días, fue el abuelo Domingo, marido de Marta. Ella nos consoló durante varias noches, las mismas que lo velamos en su casa. Y fue la noche que murió, cuando ya lo habían metido al cajón, que le pedimos a la abuela que nos ayudara a sacarlo, pero nos dijo:
- No todos los muertos quieren seguir vivos, queridos míos.
- ¿Cómo?
- Así es, el abuelo Domingo ya estaba cansado y quería irse, creo que si lo sacamos del ataúd, no se va a poner contento.
- Pero es que si no lo sacamos lo perderemos y lo vamos a echar de menos.
- Yo también, pero cuando uno saca el cuerpo de su viaje, también hay que saber si la muerte sucedió por accidente o porque ya era hora, como en el caso del abuelo.


Pasó el tiempo, de hecho bordeábamos los 15 años, cuando decidimos que era momento de dar nuestro examen en conocimientos mortuorios. Y aunque existían algunos descreídos, el reciente fallecimiento de nuestro primo Andrés, a sus tiernos 30 años, de alto impacto en la familia, nos decidió a recuperarlo. Según dicen las malas lenguas, el primo se había suicidado, no con pistola, ni tomándose alguna pócima repugnante, sino ahorcándose en las vigas de su casa. Claro que esa versión nunca fue aclarada en los almuerzos familiares, más bien eran cuchicheos bajo la mesa o comentarios al aire cuando los mayores estaban pasados de copas.
Elegimos la segunda noche de velación, para llevar a cabo el plan. No le contamos nada a la abuela Marta, porque tampoco estaba en ánimos para prestar ayuda. Tuvimos algunos peros, como el exacerbado catolicismo de mis tíos, que decidieron velarlo en la capilla de una iglesia, en vez que en casa, la cual a las 2 de la mañana cerraba sus puertas a la familia. Tuvimos que escondernos y esperar la noche en la capilla.


Otro inconveniente fueron los 2 metros de altura del fallecido, versus el metro 70 con el que contábamos. Antonio, mi hermano, fue el elegido para encaramarse en una silla y abrir el cajón. Curiosamente, dentro del féretro había un aroma perfumoso, las manos de mi primo estaban amarillas en contraste con el blanco de su cara, de hecho sonreía. Inclinado sobre él, lo levantó por la cintura, jalándolo hacia el borde de la caja, mientras nosotros lo tomábamos por los brazos y hombros. Una vez con las piernas y pies en el borde, ayudamos a cargarlo y ponerlo en el suelo, pero la cabeza llegó primero al suelo, golpeándose. Con la cabeza acomodada, mirando hacia el techo, se había hecho una herida en la frente y le sangraba.
Nos sentamos alrededor suyo a esperar. La abuela nos había dicho que no era necesario hacer contacto físico con el cuerpo, de todas maneras entre todos lo tomamos de la mano. Inmóviles y en silencio repartíamos miradas entre nosotros y el primo. El cuerpo se movió, mi hermano Antonio dijo:
- Es un estertor propio de los muertos.
Las rodillas se doblaron, para estirarse después. Sacamos las manos con un grito ahogado. Andrés abrió los ojos y se sentó.
Antonio dijo:
- ¿Eres tu realmente?
- ¿Quién si no?
- ¿Eres Andrés Santelices?
- El mismo que viste y calza.


Tenía hambre y sed, le contamos lo que había pasado, lo que hicimos.
- Gracias chicos.
- Ahora tenemos que ver manera de salir de aquí – dijo Antonio.
- No, yo quiero continuar muerto.
- ¿Pero cómo? ¿Por qué?
Contó que efectivamente se había colgado de las vigas de su casa, que estaba harto de su vida, no tenía ánimos. Habló de depresión y de las cosas que sienten y piensan los que están en esos estados.
- Estoy cansado, ya no quiero luchar más por tener la vida que soñé para mí.
En los papeles que envolvían los ramos de flores, escribió una carta para sus padres. Volvió a meterse en el féretro.
- Cierren la puerta del cajón y váyanse.
Cuando regresamos a la capilla, al día siguiente, Andrés estaba pálido tirando a azulado y de la herida en la cara, ni señales. Metimos la carta en la cartera de su mamá. Meses después le contamos a nuestra abuela lo que habíamos hecho y nos maldijo:
- Son unos hijos del demonio!! No respetan el dolor de nadie!!


Finalmente el día anterior al terremoto de 1985, regresaba del veterinario con mi gato, el doctor había dicho que la operación fue dificilísima, que las esperanzas de vida eran pocas –palabras esperanzadoras de matasano-. Lo acomodé en mi cama, los ojos le habían quedado abiertos y vidriosos, traté de cerrarlos sin resultado. Era fines del verano, el viento cálido entraba por la ventana y los pelitos se le levantaban. Su cuerpo estaba ovillado, me acerqué, apoyé mi mano sobre su guatita y no se levantaba. Había muerto.
En el patio, bajo la bugambilia, cavé el agujero y lo metí.
Pasado el terremoto, mientras el cielo explotaba en luces rojas y amarillas, fui a desenterrarlo. Abrí la cama, lo puse en un extremo, me metí por el otro lado y lo arrastré hacia mí, apretándolo entre mis piernas flectadas y el pecho. Estaba frío y mojado, la tensión del cuerpo impedía abrazarlo. Hasta que despertó, alargó sus patas traseras y delanteras, bostezando. Se volteó para quedar pegado a mí. Nos quedamos dormidos. Con los primeros rayos de luz entrando por la ventana, lo envolví en la funda de mi almohada y lo llevé al agujero bajo la bugambilia, hasta la próxima noche.