

No sé si a razón que mi padre tenía una gracia infinita para contar historias, describir lugares, personas, mentalidades, escencias, olores, colores. También será porque nos ilustro en base a literatura clásica europea (y vaya, vaya que los chilensis se quieren parecer a los de por allá) y cual si no fuera suficiente, nos invito a adentrarnos al mundo del cine todo el rato.
El tema es que en esos parajes campestres, mi padre ensoño acercarse un poquito más al mundo de su abuelo Don Domingo, un caballero de bigote blanco, pelo algo escaso, siempre de traje elegante, con sombrero de copa, su chal a los hombros, el bastón desde que se cayó del caballo y por sobre todas la cosas, tener acceso, derecho a subir a la biblioteca del abuelo y codearse con los libreros atiborrados de lo más inn de la literatura europea.
En mis recuerdos cinematográficos y guardando todas las distancias posibles, no dejo de pensar ahora, ese mundo de mi padre, con la película de Bernardo Bertolucci: "1900".
Imagino a Bert Lancaster aquel viejo dueño de todas esas tierras italianas, semejado a mi bisabuelo, aunque no creo (quien sabe), que fuera el estilo de inmiscuirse entre faldas aborigenes.
Y desde que regresamos a Chile, las historias de este enigmatico lugar continuaban o se le sumaban otros, como su primer amor Colomba, su prima a quien a los 10 años producto de la muerte de una amiguita del mismo nombre, su madre decide cambiarselo por Raquel.
Los paseos por las acequias, una que otra vez meter un pie en estas, mojarse.
Las comilonas de la familia, seguramente en un comedor largo en el que cupieran los dueños de casa: Don Domingo y Soa Javierita, sus diez hijos y respectivas esposas, maridos, hijos.
Las peras cocidas para cada 30 de noviembre.
La abuela Javierita paseandose con su hija Marta, mi abuela, hacia las gallinitas que tanto amaban, visitarlas, tocarlas, acariciarlas, sacarle los huevos.
Mil historias, tantas como las que la vida nos permite acumular.
Y así es como una vez en Chile, fuimos un par de veces con mi padre a su tan amado Buin, el lugar en el que nada menos, nació un 16 de Febrero de 1926.
Recuerdo que la primera vez que fuimos nos trajimos algunas plantas silvestres que todavía saludan desde nuestro patio.
La segunda vez, la tengo mas presente, íbamos Manu, mi padre, Claudio y yo. El día estaba precioso, paseamos por los alrededores, el primo de mi padre estaba o había dejado recado para que nos abrieran la casa y la visitamos, recorrimos las piezas que cada una contenía tantas historias.... y después para que no dijeran, nos echamos una siesta a coro bajo las sombras picudas de una araucaria paraguaya.
Y ahora, justo cuando se cumplen 2 años y 2 meses de la partida de mi padre, la vida nos reúne una vez más con nuestro querido "Antonito": un hermano por opción y vamos de paseo a visitar una parte fundamental de nuestro querido Andrés.
El día nos toco precioso, la luz se deja ver en cada foto. El caserón con su estrella judía en la que fuera la biblioteca del bisabuelo Don Domingo. La majestuosidad de la que debió ser la casa de campo de la familia, que pese al remezón del terremoto se mantiene ahí más o menos, enpolvada, entierrada, con unos tantos pedazos de techo y muro caídos. Y los árboles milenarios, de raíces gordas, alargadas, arrastrandose por la tierra, de tamaños impresionantes, alturas gigantes, quizás más de 200 años.... gomeros, laurel de la india, araucaria paraguaya, olmos, alamos, palmeras, paltos, tierra de hoja enrojecida, amarillecida, cafesosa. Realmente un lugar hermoso, poético, bucolico pastoril.
De pronto y en forma de ráfaga, uno entiende toda la escencia de mi padre, su mirada perdida en esos confines tan hermosos, verdes, enormes, donde se podía ir de paseo a pie, a caballo. Ir a recoger frutas, a lanzarlas al aire, subirse a los árboles uno más alto que el otro, mas robusto. De ahí la ensoñación por este Chile que no lograba entender, no era la city, no eran necesariamente la gente, si no más bien el pasado, el pasado que tanto nos gusta, que nos deja marcados y marcando ocupado y para siempre atrapados.
Con este viaje, mi querido padre, te entiendo más que antes, te comprendo más que nunca y de pronto las semejanzas se hacen tan obvias....
Gracias por haber compartido todas tus historias con nosotras, para que ahora pudieramos ir con Antonio y llenarnos de ellas, para seguir no olvidandote nunca jamás.