"Hermanita, la mamita partió".
Así fue como me enteré el jueves 20 de junio, que a las 16 horas, la mamita Maggie, la madre de mis hermanas de vida, adoradas y amadas, había muerto.
De ahí en más las horas fueron haciéndose eternas. Como también la noche, que se llenó de sueños memoriosos de tiempos existentes y de otros más fantasiosos. Remonté las imágenes hasta 1987 cuando conocí a mis hermanitas Marcela Chelita, Claudia Yeya, en el colegio. Y al poco andar conocí a Don Vicente y a Maggi, Lili, Marilí, como le decían a la "mamita", mi segunda mamita.
En esos años la que les escribe estaba recién llegada, de vuelta, a Chile tras un exilio de 12 años de mis padres en México, el nuestro nefastamente recién comenzaba y sin embargo, a pesar de los cielos grises que vivíamos, las hermanitas Acuña Moenne y su familia, se transformaron en mi paraíso terrenal. Patudamente renombre papá y mamá a Don Vicente y Maggie, quienes amorosos, quizás un poco extrañados, aceptaron desde el principio.
Fueron no sé si cuatro o cinco años intensos, los dos del colegio y los primeros años de universidad de las mellizas, ya que como siempre o como empezaba hacerse costumbre, mi vida no iba acorde con los tiempos de las personas de mi generación. Entonces mientras ellos aplicaban para dar la PAA y entrar a la universidad, yo me dedicaba a trabajar y visitarlas en la casa de Almirante Barroso con Agustinas y después en la de Dublé Almeyda con Los Tres Antonios. Esos tiempos, de imágenes y recuerdos, los tengo frescos como si el tiempo no hubiera sumado más de 30 años.
En ellos está presente siempre, siempre, la generosidad, amabilidad, calidez, de la mamita Maggie. Recuerdo días en que llegaba a visitarlos, ya vivían en Ñuñoa y en casa solo estaba la mamita, ajetreada con las cosas típicas de la casa y además preparar las conservas en verano para el invierno. Me ha quedado siempre grabado esos momentos, uno, porque soy golosa y todo lo que suene, se pronuncie o acerque a la palabra comida, me atrae enormemente. Y la mamita era realmente mágica, por la cantidad impresionante de cosas que preparaba. Mermeladas, Chutney o así se les conoce hoy, mayonesa, pan, galletas. En versión machista, la mujer ideal, en versión mis ojos, la mujer más maravillosa del universo. Porque si bien mis padres y los Acuña Moenne, eran muy, muy parecidos en lo estructural, también en la composición familiar y qué decir en lo ideológico, distaban en la edad y en las formas de realizarse o hacer la vida. En el caso de los míos, mi mamá si bien debía cuadrarse a lo que mi papá mandaba, no se quedó en casa haciendo todas las cosas que igual debía hacer, sino que tuvo que salir a trabajar ya que mi papá solía tener períodos en los que no aportaba económicamente. Y de las labores caseras o domésticas, la verdad le cargaban, mi padre decía que el motivo era haber pertenecido a una familia muy pituca y con muchos empleados. La verdad quién sabe porque mi papá provenía de las mismas raíces y lo más que le gustaba barrer y barrer. Mi madre tenía sus gracias culinarias más bien hacia los kuchenes y el arroz, para el resto y con todo cariño era de un monótono. Que claro, cuando una ya es grande y debe hacer todas esas cosas, entiende que si no tienes dedos para el piano, la monotonía no se debe a falta de cariño sino que pensar en preparar comida todos los días de la vida, debe ser para matarse.
En cambio la mamita Maggie, no sé si era muy buena actriz o qué, pero le notaba contenta en sus funciones o resignada echándole pa delante, no lo sé. Pero siempre estaba haciendo cosas interesantes a mis ojos, no solo comidas, sino que también arreglando muebles, barnizándolos, martillando. Después comprobaría esas mismas dotes creativas en Chelita, una de mis mellizas adoradas. Quién en una época se dedicó a limar, pulir, barnizar, casi hacer, los muebles hermosos de su casa primera de recién casada en Montenegro. Qué decir las dos hermanitas, las manos de santa que heredaron para cocinar. Siempre es un lujo pasearse por sus hogares, porque te atienden como los dioses y con puras delicias. Ese es el sello de mamita Maggie, además de muchos, miles, de otros que debe haber tenido y que por conversaciones y leídas, voy descubriendo.
Y en esas añoraciones y ensoñaciones, llevo desde el jueves que mi Yeyita me avisó que mamita partió. Entonces, no pude dejar de pensar que moría un jueves igual que mi mamá, solo que con dos horas de anticipación. Que era nada menos que un 20 de junio, el advenimiento del año nuevo mapuche, del equinoccio de invierno. Supongo que esas son las designaciones estelares que la vida, la Pachamama, no quiero decir Dios porque soy atea, entregan para recibir en la senda de la luz a la mamita Maggie, Marily, que bien lo merecido lo tiene.
Y como dicen sus tres hijas, mis mellizas y la Manena, la mamita de ahora en más será una estela de luz, alumbrándonos la vía. Bien patuda digo "nos", porque aunque pasaron muchos años en que no nos vimos, ellos, ella, Don Vicente, mamita Maggie, han estado desde hace más de 30 años, guardados en mi corazón, en las memorias, en las imágenes de tiempos. Aunque la biología diga misa, ellos también son mis papás, los que elegí al fin con el mejor de los ojos posibles, porque después de mis papás a los que amaré toda la vida, Vicente y Maggi, hubieran sido mis otros mejores padres y yo la más feliz de tener cuatro hermanos más para compartir la vida.
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