El martes pasado, a eso de las 10 u 11 de la noche, tocaron a la puerta y sin abrir pregunté ¿quién era? Y la voz de un hombre joven me contestó: disculpe señora, puedo dormir en "su" ante jardín? Es que lo estaba haciendo en la esquina, donde está la pizzería, pero me echaron. Me quedé muda, no supe qué decir, no porque no quisiera, si no más bien porque pensé ¿quién soy yo para "dar permiso"? (para eso está la inservible municipalidad de Providencia que te hace responsable si no riegas "tu" ante jardín y te multa si podas "su" ante jardín). Entonces entre balbuceos le dije que sí, que por supuesto, que lo usará, mientras la voz interior replicaba -claro, como es tremenda la ganga que ofreces-, y el joven me responde: no se preocupe que no hago ruido. Me salió una torpe risa interior. Y se despidió con un "gracias" y "buenas noches", que yo también le di.No sé si tuvo buena noche, yo no. Sé que tosió, era él porqué la tos de mi hermana la reconozco. Mi dormir fue intranquilo, porque no pude pensar más que en ese joven, de voz joven, que vive en la calle. A su joven existencia, ya está en la calle, acurrucado sobre el suelo, rodeado de un maguey, suculentas con y sin espinas, el farol Led de la municipalidad, el poste sobre el cual pende esa luz fría de morgue que enciende a penas la luz solar se va. Cuando recién la instalaron, los pobres pajaritos anidados en las cercanías, piaban sin tregua porque, si luz había, de día era, así como el cactus que da y da flores dirigidas a esa luz divina. Escondido tras un trozo de tronco yermo de algún árbol que botó un vecino y lo encontré tan lindo, que lo puse por ahí entre medio de tanto verdor. Y enrollado cuál crisálida en un plástico semi transparente, esperando alguna vez ser mariposa, ¿será?
Mi primera reacción tras darnos las buenas noches fue abrir la puerta y abrazarlo, pedirle perdón por esta vida, me sentí horrendamente burguesa en mi casa, dentro de mi cama, protegida, bajo techo, sin peligros ni ruidos, menos el farol interrogando su sueño. Pensé en él toda la noche, soñé con historias de muchas, muchas, personas necesitadas, que llegaban a nuestra casa a pedir ayuda y abríamos la puerta a todes y los recibíamos en la galería, compartíamos el comedor que de pronto la mesa se multiplicaba en varias más y todos felices degustaban la comida y al final, la Manu, dictaba un seminario con elles de público.
Cuando desperté ya no quedaba rastro del joven crisálida, me pregunté si habría dormido bien, ¿qué será cómodo e incómodo para una persona que a tan corta edad duerme en esas condiciones?
Durante el día mi cabeza no paró de pensarlo y preguntarme ¿qué lo llevaría a tener esa vida? ¿Sería un joven SENAME? ¿Uno de la primera línea de la revuelta del 18/0 que libró la cárcel? También soñé despierta que era un trotamundos, un vagabundo como la canción de Nicola Di Bari: -Vagabundo vagabundo, algún santo me guiará, he vendido mis zapatos, por un poco de libertad-, que pasaba el día haciendo monedas como malabarista en los semáforos, o lavando platos, quizás paseando perros o tocando la guitarra en algún café o bar, como sucedió en el verano, cuando un otro joven en bici, guitarra en la espalda, nos preguntó a mi hermana y a mí si arrendábamos piezas y como la respuesta, en este caso, fue negativa, encontró cama en la casa de los narcos (si, leyó bien, mi barrio es tan graneado que tenemos jóvenes en situación de calle, media cuadra habitada por bautistas, otro habitante que es cineasta, una casa a bien maltraer donde están los narcos y gente común, como nosotras). Pero mi hermana, que es la que sale temprano, dijo no ver ninguna guitarra, sí, a él enrollado en este plástico, y ocupando su bolso como almohada.
Las interrogantes regresan, ¿por qué elije nuestro barrio? ¿hará algún trabajo miserable, por horas, que no le alcanza para arrendar una cama bajo techo? ¿Pedirá comida en los restaurantes? ¿Por qué un joven educado, que pide permiso para dormir en la vía pública -ese martes quise contarle que no pidiera permiso, que para eso era público-, que avisa que no molesta ni hace ruidos, que da las buenas noches y que ayer miércoles, cuando volvió como a las 22:30, y volvió a tocar la puerta para avisar que estaría ahí, para no asustarme, también contó que se fumaria un cigarrillo, pero que la colilla la tiraría en un frasco, vive en esas condiciones? Sé que es obvia mi pregunta, que es cosa de mirar las calles aunque les alcaldes, escondan vagabundos o personas en situación de calle, como la familia que vivía detrás de la estatua de Balmaceda, o a lo largo de la vereda sur en Santa María, desde Plaza Dignidad, hasta que le pierdes la mirada al horizonte.
Me duele la sangre pensar en este joven, joven que tiene esta vida. Ya habíamos tenido experiencias con personas de calle o vagabundos, linyeras como les llaman los argentinos, sobre todo uno "el teporocho", que lo bautizamos, porque atiende en una galaxia desconocida por tanto tomar alcohol y que tras la parranda, usaba el ante jardín para "cagar". Pero este joven no es borracho, quizás tampoco sea drogadicto, o todavía no, porque no se puede tanta coherencia, la rutina de doblar el plástico cada mañana y desdoblar en las noches, guardarlo en el bolso. Ese bolso me lo pillé hace tiempo, en un supermercado nuevo que hay a una cuadra de mi casa, pensé que era de alguna de las cajeras, ahora sé que lo deja ahí para andar más liviano. Es decir, no debe tener una apariencia "amenazadora" o de "teporocho", dígase tambaleante y hablando con el amigo imaginario. Este joven se le escucha educado, pide dormir no se arrima, avisa que no hace ruidos, que después de fumar guardará la colilla. Ser joven y con sentido común, solo remite a conciencia que da la educación familiar, escolar, los libros. Por la chucha por qué el estado no le otorga educación, casa y trabajo!!
E insisto ¿qué debe hacer una burguesa como yo, además de sensibilizarme? ¿puedo dar conversa, comida? Lo pregunto porque nunca me tocó una cosa así. Coopere con ropa y comida para los primera línea y los abracé en el fulgor de las circunstancias, para las víctimas de incendios varios en el país, para las ollas comunes en pandemia, pero no sé cómo actuar en un caso así. En el caso que tengo un habitante, mientras el frío y la lluvia no dispongan otra cosa, en el ante jardín, que quizás sea su morada "Ad Eternum", que me da las buenas noches y siento, cómo espera mi respuesta con ansias, para que realmente lo sea. Aunque el desvelo, en mi caso, llegue para quedarse ya que no puedo caer como lirón sobre mi cama, sabiendo que tengo un inquilino en la intemperie y para colmo joven. Si, la juventud, la vejez, la humanidad en esta situación me supera. Y no quiero que solo quede en la inspiración de una escritora frustrada, quisiera saber ¿qué hacer? ¿cómo ayudar? Ayudar no como dama de beneficencia, si no como ser humana.
Recién escucho al joven detrás de mi ventana desarmando campamento. Son las 10 am, el mundo sigue funcionando y yo debo sumarme también, hasta dentro de 12 horas en que él regrese y yo le dé las buenas noches nuevamente.
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