Recuerdo como si fuera ayer y ocurrió hace 35 años, cuando caminando por esas calles, en compañía de mi padre o acompañando a mi padre, llevada de la mano de mi padre (con todos y mis 18 años), nos detuvimos, me detuve a recoger una hoja de DeOriental, que estaba tirada en el suelo. Mi papá por supuesto me llamó urraca, por mi afán de recolección tanto de lo que brilla como de lo que no. Recogí la hoja que era enorme. Enorme del verbo grande, más grande que la mano de mi padre que vaya si tenía palmas de manos grandes. Era enorme tan enorme que al llegar a casa no entraba ni entre las hojas del cuaderno, ni de ningún libro.
Tras recogerla y mirar hacia arriba en busca del dónde caíste, descubrí estos mismos árboles, que hace 3 décadas y media, no estaban tan altos, más si anchos bien anchos de tronco. Fue entonces que mi papá me contó que eran los árboles que poblaban el Pedagógico dónde él estudió y dio clases. Que eran tan frondosos, amplios de tronco, con ese tronco tan particular, con ese color, textura tan peculiar, pero sobre todo que gracias a su frondosidad y altura, proporcionaban una deliciosa sombra a los estudiantes del Peda, quienes ya fuera por la peda, necesidad de descansar o amasarse con la o el polole, buscaban su ancho tronco para apoyar la espalda y proteger la cabeza del sol radiante, bajo su verdor. Si no fuera porque eran otros tiempos, creo que mi papá y yo lo abríamos abrazado y nos faltaría otra persona para darle la vuelta completa.
Hoy hago ese recuerdo que de tanto en tanto vuelve a mi memoria, será por eso también que me gustan tanto estos árboles.
Es por ellos que comencé a bordar, porque quería lograr ese color de su corteza, acercarme lo más posible. Nunca lo he conseguido, tampoco logro dibujar esas manos, lo intento pero es que el dibujo no es lo mío, me salen unos mamarrachos que pa qué les cuento.
Lo bonito es que conservo ese recuerdo, como conservo la memoria de voltear a ver estos hermosos verdososcaféscrema, cada que paso por ellos, por esa calle, por cualquier otra. Miro su corteza, busco sus hojas en el suelo y después alargo el cuello hasta el cielo en busca de su copa, de sus alargadas ramas que dan vida a esa frondosidad tan deliciosa, a esa sombra bien recibida en primavera y verano. Sé que a muchos les da alergia el producto/fruto de DeOriental, pero aunque no sirva de consuelo, les cuento que la culpa no es del árbol sino de quien no lo poda.
En Francia, de donde son oriundos los podan, no los dejan crecer como en Santiago, de hecho les llaman "Los mochos". Y por tal no conocen de sus bemoles, que no son tantos, aunque si me lee une alérgico capaz que me vuela la rayuela jajajaja.
Igual después de todo este blabla, les invito a que los miren con atención, observen su forma, su tamaño, los acaricien, tronco, ramas, recojan una que otra hoja. Los árboles todes son hermoses y aunque no les importe, me voy contenta, más que hace un rato cuando descubrí esta foto, porque gracias a mi papá descubrí a DeOrientales y eso me pone muy feliz. Digamos
que el gen verdor, arbolistico, naturaleza, me viene de familia y por
ambos costados. Pero esa es una historia que les cuento otro día !!!
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