Un día como hoy pero hace 35 años, volvíamos a Chile mis padres, mi hermana chica y yo, junto a nuestra perrita Quetzi. El día exacto creo que era viernes y la fecha ha permanecido imborrable durante todos estos años, más como un pesar que como otra cosa. Estaba por cumplir 18 años cuando regresé sin que nadie me haya preguntado si así lo quería, tampoco se estilaba esa pregunta porque tampoco existía respuesta a los cómo quedarse sola en México. Asunto es que un manto nostálgico, triste, envuelve este día, haciéndolo inolvidable y más ahora, en esta actualidad del siglo XXI, en que ninguno de los motivos que pujaron por volver están presentes: ni mis padres, ni mis abuelos. Por eso es más de una vez, he sopesado el sinsentido de continuar, permanecer.
Contar una historia que comenzó hace 35 años, inevitablemente te convierte en una persona grande, o al menos así me mira el mundo, aunque de muchas maneras sigo siendo la Colomba r.a., ingenua que volvió al país que decían era suyo aunque me sintiera tan mexicana. Pero no, no es verdad que soy la misma, porque en este tiempo transcurrido, mucho de mi encanto, belleza, alegría, ganas de vivir, de salir adelante, ha ido apagándose. Ya no soy bonita, sigo más bien redondita, tampoco alegre, tampoco feliz, tampoco tengo muchas ganas de vivir porque lo único que conozco es sobrevivir. Más de una vez al mes pienso si no sería más fácil tirarse por el metro, o simplemente desaparecer de la faz de los conocidos. Irse, desaparecer, no estar, vivir o no vida, en otro lugar, lejos muy lejos de todo y todos. Es la idea placebo que utilizo cuando el ánimo anda escurridizo. Porque actualmente soy más bien huraña, pienso mal y acierto y no me quedan amigos ya que cada vez estoy más cierta que nunca los tuve, no aquellos de amistad saludable y alegre, los para siempre, los de verdad.
Este día no me produce precisamente energía, motor, para vivir y salir adelante. Me lleno de memoria, de nostalgias, vuelvo a pensar en todos los que ya no están, mis abuelos, mis padres, mi primo Andrés, la distancia con los amigos de México, la ausencia de la buena y sana amistad. A veces pienso que no es bueno decir, menos pensar, qué decir escribir, que uno no es feliz, no vaya a ser cosa que se haga extrema realidad, después sentada en esa certeza, pienso que quizás de hacerlo, exista la posibilidad que el efecto se invierta.
No así cuando me quedé sola con mi mamá, que si bien me controlaba cuando salía jajaja éramos felices juntas, al menos así lo supe cuando me quedé sin ella y repasé la vida buena que gozamos durante cinco años, de complicidad, galletas, series, películas, acompañarnos para el terremoto 2010, entre otros. Si la vida me hubiera contado en sueños que esto pasaría, habría retomado el plan de infancia, aquel que aseguraba que la primera en partir sería yo, no ellos y asunto arreglado el tema y significado de la muerte, vacío, negro, no más MaPadres cerca mío. Vida, vida, vida, no reniego todo lo que he existido, pero susurrando la palabra felicidad para que no se escabulla, no encuentro justo fuera lo único que tenías preparado para mi. Hay veces que dejo pasar la fecha, que la anoto en mi agenda, que marco el 24/01, pero no digo nada, porque puede pasar como hoy, que me suelte, deje correr los sentimientos verdaderos, los que ya no se callan porque no hay a quién gritárselos y entonces, agolpados voy acomodándolos y duelen tanto al salir, como al leerlos.
Espero que el desánimo pase con la pandemia y ni bien logre sacar los dos pies fuera de casa, del país y atraviese la cordillera en rumbo de los sitios que quiero volver a recorrer, mi percepción de la vida, vida, vida y de este día, quizás, quizás, quizás, puedan mejorar, cambiar, no lo sé.
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