28 de agosto de 2019

Suky

La vida y sus enseñanzas.

Estoy en mi pieza, trabajando en el computador y desde mi cama, miro a la Suky que está acostadita, durmiendo, descansando. El tema es que hace un rato atrás le descubrí unas heridas bien raras en cada una de las orejas, una más fea que la otra. Ni bien las vi pensé por suerte que mañana vamos al doctor a su control de hipotiroidismo... entonces no puedo dejar de pensar en el verano, cuando Tope cayó enfermo y se respiraba tan nitídamente el olor a muerte... 

Nuevamente la muerte acechando nuestra casa, a nuestros seres queridos. Varias veces de esos días de verano, pensé que Tope moriría, sentía un dolor enorme y un cierto alivio. Era mi reticencia pese a todo, pese a la resilencia, a continuar sufriendo, viviendo para enterrar. Cresta, mil veces cresta, estoy harta de las muertes, de los que la vida nos quita. Y sin ánimo de ser ave de mal agüero creo que Suky está cerca de ello.

Tan pequeña que fue siempre,
de tamaño y en el entender la vida,
la más lenta a la hora de aprenderlo todo,
Suky la que entró por la ventana,
Suky buena hasta que le encontrabas las uñas y ahí la más corajuda de las de su especie.

No dejo de pensar en esa situación extraña de la vida,
sigo tecleando, ahora porque escribo esto, ella sigue durmiendo en mi cama
y en mi mente baila y baila la idea que mañana será un día muy largo.

Entonces vuelvo a pensar en la muerte,
en cuando se murió mi mamá y la velamos en mi pieza,
sí, en esta misma habitación en la que estoy escribiendo y Suky descansando,
no lo encuentro algo malo, terrible, ni pienso que el álito de muerte lo dejó mi madre al partir y nosotros velarla. Al contrario, tiene ese simbolismo más mexicano que de otra parte, en el que uno aprende después de todo, aunque pese, aunque duela, a convivir con la muerte, tanto y todos los días como lo hacemos con la vida. 

Lo que no significa que sea un ejercicio a practicar a diario, porque en cada muerte hay un dolor atesorado, la pérdida, la partida, el dolor por ese que ya no estará, las nostalgias y añoranzas a por los tiempos en los que se hicieron cosas juntos. Pero así es la vida, no sé si llamarla contradictoria, aunque tampoco caigamos en normalizar, podríamos decir que la vida es un constante transito entre latir, respirar, mirar, caminar y después no hacerlo nunca más.

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