Cuando se murió mi papá, a mi madre le regalaron en esa costumbre tan
especial y simbólica, una planta joven y viva, a cambio del ser querido que ya
no estaba. Así llegó la Camelia a casa, que además no se trataba de una plata cualquiera.
Pensando en por quién fue regalada, era la flor de su amada y tuberculosa, Greta
Garbo, en “la dama de las camelias”; en versión México, tiene canción y entre la
variedad de ésta planta, hay una que no flora y en cambio, sacan sus hojas para
hacer té. Aquél líquido que tanto placer le daba a mí padre y que preparaba muy
a su estilo, semejando más bien, a las turbias y espesas aguas en las que vive Ness.
El mismo año que partió papito, pero cinco meses después, sumó al
listado de ausentes, el Tío Pino, hermano de mi madre. Él, además de muchos
quehaceres que hizo en su vida, dedicó gran parte de ella, a criar, cultivar y
cuidar Camelias. En su casa de Reñaca y después en Ritoque, lucían desde su
patio interior, las más hermosas de la comarca. Ya fueran flores en tonos
rosados, blancas, rojas, pintitas rojas, pintitas rosadas y las exóticas
blancas. A las cuales tenía apostadas en graderías, cual si esperaran el show,
que se producía cuando mi tío en las mañanas y al regresar del trabajo, salía a
verlas tocándolas cuidadosamente para limpiarlas, podarlas y regarlas.
No por nada mi abuela materna, la “Ita”, campanita en mano salía al
patio hacer sonar el tilín, tilón, sobre cada flor, cada árbol y por supuesto
cada camelia. Ese gesto de amor y devoción a por lo verde, que es tan íntimo y personal,
como el que sienten los orientales por sus bonsái.
Con el tiempo y lecturas sobre Camelias, sumado a que heredé la labor de
cuidar, podar y regarlas, sabríamos que estas flores son por siempre jamás de
julios y agostos. En lo personal, prefiero creer que mi mamá desde el cosmos,
manda parabienes para que florezcan y florezcan. Ya que después de la
buganvilia, se transformó en la planta que más quería, seguramente por todo
lo que les conté. Y así, ansiosa esperaba el llegar del invierno y con él, el
momento en que los botones, hinchados de vida, explotaban en rojos y rosados.
En este julio 2018, que hoy jueves 26, suman cinco años desde que mi
madre partió, mi sisterna Manucita y yo, pondremos sobre la lápida que reúne a mi
papá, abuelos, mi hermano Andrés y a mi mamá, un ramillete de Camelias, con
hartas hojas verdes, para que mi papito prepare un té a lo Lago Ness para
compartir, mientras mi mamita, evocará el estar en su habitación, donde puede
mirar a Camelia la tejana, enflorecida en rojos intensos.
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