13 de abril de 2019

50 años y cinco días.


En trece, 50 años y cinco días, uniendo tu día y sus matices, a mi día y sus contrastes /  Tu mi siempre fiel, amigo imaginario, primo, confidente, compañero intenso como abril, cómplice como Aries / Tu mi yo siempre, yo mi tu siempre, en 8 o en 13, marcianos, intensos, únicos, irrepetibles e inigualables / Te llevo en mi corazón.

Las ideas, transformadas en imágenes y palabras, van amontonándose en mi cabeza. Remontándome por ratos a tiempos pasados, sitios imaginarios, personas, nombres, lugares.

En el primer día con 50 años, amanecí soñando con árboles. Hace mucho que no me ocurría, a pesar de mis caminatas observándolos y fotografiarlos. Según Jung, soñar con ellos, remite a sentirse acompañada, querida, contenida. Entre más de su especie estén al lado tuyo y recuerdes características como el color de sus hojas, su tallos sea sólido, posea un tronco similar, detalles en sus cortezas, frondosidad, altura, llevándolo al plano humano, la interpretación será de felicidad, salud, prosperidad y mucho, mucho, amor, amistad, afecto, cariño, calidez. Y comenzar así la nueva década, aquello de cambiar de folio, más aún que dicen que de las cinco décadas en adelante, uno será lo que forjó en los años previos. Produce cierto regocijo, una pizca de esperanza, en que quizás el ser humano no esté tan esquivo en el recorrido que comienza y tal vez hasta dejar en un verdadero olvido, aquellos tiempos de ausencias, silencios y falta de amor.


La esencia de este año: no esperar por nadie y sin embargo, esperar todo de la vida. Las ansias porque llegara el día ¡¡ por favor 8 de abril hazte presente ¡¡¡ Que el reloj marcara las cinco de la tarde, cumplir mis cinco décadas y de ahí en más, ojalá al fin cada uno de esos 18  mil y tantos días que suman 50 años, cubrieran mi cuerpo de sabiduría y advertencia a todxs: soy lo que veis, no hay devolución, cambio.  

En el juego de viajar pensando de atrás hacia delante, no he dejado de comparar mi edad alcanzada con la de mi padre, mi madre, mis abuelos paternos y mi hermano Antonio. Rebuscar calculadora en mano ¿dónde estaban para ese momento? ¿qué habrán sentido? Sumado al espacio, histórico temporal, que les habrá tocado vivir. A ellos, mis eternos referentes, mis orgullos, quienes día a día, continúan dejando su huella en mi ruta, aunque no estemos ni tan cerca, pero tampoco tan lejos.

Mis muertos y sus derroteros,
Mi vivo y el suyo,
Sus 50 años, su historia y sus vidas.

Los 50 años de mi papá.
Sabía desde el momento que se acercaban mis cincuenta años, que los de mi papá deben haber sido tremendos. Porque acabábamos de llegar, hacía un año a México, dejando atrás a Santiago de Chile, el país tumultuosamente doloso tras el golpe militar. Para el día exacto de su cumpleaños, 16 de febrero de 1976, el pobre ya estaría dando clases en la U. de Guadalajara. La universidad que se transformaría durante doce años, en su hogar, donde lo acogieron y pudo trasmitir conocimientos y calidad humana a varias generaciones de estudiantes, que hasta el día de hoy, lo recuerdan con cariño. 

Pero, era el primer año de su vida que pasaba cumpleaños lejos de su familia, de su madre, de mi abuelo. Estábamos en una situación complicada, viviendo solos en una ciudad desconocida, donde hablábamos el mismo idioma, pero no conocíamos a nadie y mi padre tenía sí o sí que respirar hondo y sacarnos adelante. 
Por suerte México y qué decir Guadalajara, son tierras habitadas por las personas más generosas y maravillosas del universo. Hubo quienes se aprovecharon de mi padre y lo explotaron, pero también hubo otros que lo ayudaron simplemente porque era exiliado, estaba con su familia solos en una ciudad que no conocían y le tendieron la mano, para ser su aval en el arriendo de casa, para comprar muebles. 
Mi hermana más chica, la Manuela, se acuerda o siente que lo hace de toda esta tensión que vivíamos. La verdad, yo  no me di cuenta nunca de nada. Lo que habla bien de mis padres, que procuraron no trasmitirnos el temor, la zozobra. 


Los de mi mamá.
A mi mamita Blanca, le tocó llegar a sus cinco décadas, cuando ya teníamos rato viviendo en Guadalajara, México. Y por lo tanto, mis padres más chilenos que sus tres hijas, educadas en otro país, latían y sufrían por lo que sucedía en Chile, que ese año de 1983 fue coronado como el año en que los chilenos salieron a las calles a protestar contra la dictadura, con más fuerza que de costumbre. 
Así que llegar a la mitad de la vida y ser espectadores de lo que sucedía en la patria, también debe haber sido fuerte, tumultuoso para mi mamá. Vivíamos hacía 8 años en Guadalajara, estábamos instalados, recientemente cambiados a la que sería nuestro hábitat hasta el último día. Una casa más acorde al salario de un profesor de universidad y una esposa que se ganaba la vida, inventando oficios. 
En lo personal estaba ingresando a todo pulmón en la adolescencia, tenía 14 años, estudiaba en la secundaria, viajaba sola en micro, tenía amigas todas igual de pernas que yo. Pienso en mi vida en ese año y tengo tanto para contar, busco en la memoria a mi madre en ese año y tengo tan poco más que aportar. 



Los de mi abuelos Titin y Marta, que  tenían la misma edad.
Mis abuelos Titin - Héctor y Marta, que son los padres de mi papá, nacieron dos años antes de finalizar el siglo XIX. Es decir, que para sus cinco décadas el calendario marcaba 1948. La segunda guerra mundial había concluido y por tal, los viajes por estudios de especialidad en bronco pulmonar, que mi abuelo hizo a Europa y llevó a su mujer, mi abuela y sus hijos, entre ellos, mi papá.

Para esos tiempos mis hermanas y yo, no existíamos ni de asomo. De hecho, mi padre que contaba con 22 años, debe haber estado casado con su primera mujer y mi hermano mayor, debe haber estado por nacer. Si pienso en mis abuelos, pensando y mirando las fotos que de ellos tenemos, la imaginación comienza a trasladarme a tiempos de fotos en blanco y negro, donde mi abuela Marta usaba abrigos hechos con piel de animales, sombreros estilosos, toda su vestimenta lo era en realidad y qué decir mi abuelo, con su porte. Exagerando y olvidando los hechos históricos, es como si al pensar en la vida de mis abuelos, todo remontase a los días de "Lo que el viento se llevó". Días de viajes, bailes, donde la preocupación era cómo encajar dos fiestas en el mismo día, con qué chico bailar, con cuál casarse.

Mis abuelos eran más profundos en sus problemáticas existenciales que eso, y de todas formas, mi papá contaba y los abuelos también, que su vida fue realmente entretenida. Viajaron a Europa con y sin guerra. Conocieron a personajes notables de la literatura, pintura, medicina. Alojaron a Siquieros en la casa de Santiago, que el pinto aprovechó para dejar de recuerdo un cuadro donde la modelo fue mi tía Martita, hermana pequeña de mi padre. También estando en Europa, protegieron y escondieron en el auto, a una judía que huía del nazismo, ayudándola a escapar de Alemania y terminar en este país de oportunidades.

Soy una ignorante confesa, porque a primera pasada de historia, descanso en la idea que mis abuelos eran Clark Gable y Vivian Leigh y por supuesto que nada que ver. Para 1948 mi abuelo ya era un doctor especialista en bronco pulmonar, con consulta popular y visitas domiciliarias para la gente rica. Tenía nombre y prestigio. Sus hijos eran adultos, los dos mayores ya eligiendo la carrera que les daría profesión y la más chica, casada con su primer marido, pero porque ella era un poco acelerada.

Pensar que mi papá tenía 22 años, que ya era un hombre casado o quizás ya separado, porque a pesar de los dos hermanos que sumó a la familia, esa unión duro como tal tan poco y  para la vida, toda la vida.


Mi hermano Antonio.
Que impresionante, el año que mi hermanito Antonio cumplió sus cinco décadas, murió mi papá. Que no es el biológico, pero en cambio, es quien más le ayudó a ordenar su vida, hablándole con verdad, en tonos serios y también irónicos. El vinculo de ellos fue paternal, amistoso e intelectual. Antonio fue estudiante de la primera generación a la que mi papá dio clases. De ahí el lazo, que trascendió hasta la casa, donde lo conocimos la Manuela, mi hermana y yo. Antonio siempre dice que él no sintió a mi papá como el suyo y sin embargo, los recuerdos que tengo de esos años, hablan de un vínculo, una confianza, una admiración, idéntica a la que yo siento tuve con mi papá. 
Pero cada quien con sus impresiones. Y la vida con su sabiduría hizo que para el día que mi padre murió, Antonio y yo estuviéramos juntos. Estábamos en Ciudad de México, veníamos conversando de él desde la noche anterior, nostalgiando, rememorando nuestros años felices. Meto mi cuchara y pienso en lo especial y triste de esa noche. Siempre he sentido vació en esos momentos cuando mueren tus seres queridos y esta fue la primera vez en mi vida, que tenía a mi lado todo el amor y la contención del mundo.... estaba con mi hermano Antonio, el que lloraba y se desmoronaba, para ser cobijado por mi. Realmente un año tumultuoso y tan poco que he hablado con él acerca de lo que debe haber sentido.

En fin, es difícil pensar a otros, contar sobre sus vidas, cuando al parecer he vivido la existencia o harta cantidad de estos 18.250 días, entre mirando la TV, pensando en mi ombligo y sufrimientos adheridos. Y sin embargo, aquí estoy intentando hacer un ejercicio de comparar sus vidas con la mía.



Mis 50 años y su historia.
Tengo la sospecha – y no importa-, que a diferencia de mis papás, hermano y abuelos, nadie pensará lo que yo, nadie dirá “ahora que cumplo 50 años cómo lo habrá hecho Colomba". No importa, ya no hay pena, menos sentir lástima por lo que no fue, la vida que no tuve y en ella los hijos que no llegaron. Tampoco por el ego aquel que piensa en la huella que no dejaré. 
Estoy tranquila, aquellos demonios de lo que no pasó quedaron enterrados. Ahora solo tengo la certeza que al llegar mi momento, agarraré la maleta de mi historia, hilvanada con la de mis abuelos, mi mamá, mi paire y Antonio y nos marcharemos juntos. Y sé que será en ese momento, que mis huellas se mezclaran con el viento de las hojas al bailar y volaré con ellas, volaremos con ellas, hasta finalmente desaparecer. 
Y la verdad, me seduce esa tentativa de muerte.

Atracción, por haber sido vida,
seducción, por ya no existir ni como recuerdo.



La muerte es una constante en mi vida. Apareció de sorpresa en mi infancia, señalando la sensación de quedarme sin mis padres. Le rogué nunca hiciera tal, me llevara a mi primero. Entonces aprendí sin saberlo, de la esencia del vacío, de no ser, ni estar. Del cuerpo y piel fría, del rigor mortis. 

La muerte alimenta mis nostalgias, no temo a su presencia, aprendí a mirarla, convivirla, saborear su vació, pensarla y palpar aquel frío que envuelve cálido. 

Pienso en la muerte más de lo que imaginaba, quedé tentada, la llamo, sugiero venga a buscarme, planeo ese momento. Me excito recreando la situación.... romanticamente sobre una cama, rodeada de flores cual Ofelia, el aroma de éstas, el sonido que hacen las lágrimas al caer. Pero en esa imagen, no siento el dolor de los otros por mi ausencia. No hay otros. Entonces ella me reprime, por hablar y llamarla descaradamente:
La muerte: No debes invocar o habrá consecuencias.
Yo: ¿Por qué denostas mi suplicante llamado?
La muerte: El día que no veas un mañana de árboles, caminar rodeada de ellos, sentir felicidad por el bailar de sus hojas, vendré a buscarte. 



De presencias.
Mi yo varón, su yo Colomba, él Ricardo, su mitad, la mía en él / Persiste y existe a mi lado, siempre / Los dos de abril,  él del 13, yo del 8, los dos Aries, símil personalidades / Yo su alter ego, él el mío / Mi diario de vida, destinatario de cartas, receptor cálido de lagrimas, tristezas, dramas infante / adolescente / juventud / adultez / vejez / muerte / Mi amigo invisible, la Manu sabe de su existencia / Mi yo, su mí, él, ella, yo tu, mi tu / La mitad masculina que aloja en mi soy, el hombre que quise ser, que soy, que no deja aflorar el femenino absoluto de Colomba, él que al paso de tiempo compartió su lugar con H, RJ, AyR / La CA por siempre jamás.


8 de abril.
Este 8 de abril, fue un día luminoso, caluroso, soleado. Y sin embargo, me gusta el frío, el otoño, las hojas cayendo de los árboles. Pero extraño mis días de abriles primaverales del ayer. Por eso agradezco el soleado, alegre, colorido día en que cumplí 50 años, dejándome viajar hasta los días cálidos de infancia en México, días de vida maravillosa, junto a mis padres, visitas de los abuelos y la presencia de Antonio. 
Y mientras el calor llenaba el aire que después entraba por mis narices a cobijarme, pensé y sentí nuevamente deseos de volver a México. Esa sensación encerrada en un baúl, después de la muerte de mi madre. Intenté morirme allá, sin éxito y volví desesperanzada.


Y la vida se transformó en días de encerrar a México con candado, elevé el puente, cerré compuertas, giré el sentido del timón, alejándome de lo que producía tristeza.  
Volví a mi burbuja de cristal. Cinco años de luto por ese amor clausurado. Donde las palabras de mi hermano Antonio, repiqueteaban otra vez, odiando su eco: "México, después que se fueron siguió su curso, cambió. Ese país que atesoras como hueso santo, que cubres de nostalgias, de añoranzas, existe solo dentro de tu burbuja de cristal". 
Desde hace un tiempo, compruebo que el verdadero amor puede derribar el dolor más profundo, aquel que ruega a la muerte llevarte. Es ese amor verdadero, que no se olvida por mas lágrimas que nublen tu vista, sigue latiendo bajo los candados, estallando en deseos de volver a pisar mi suelo mexicano. Sin esperar nada de nadie y todo de México, para escribir historias con raíces viejas, de este amor que trasciende a lo malo que los humanos son capaces de producir. Volveremos a encontrarnos.

Este 2019 comenzó tumultuoso y vuelvo a verlo recién comenzando, todavía quedan ocho meses por venir, crecer, para pasear con árboles y en ese vendaval de vida, la mía con la muerte también. Queda tiempo para vivir y tentar a la muerte, volver a soñar. 

Entonces pienso nuevamente en los árboles de mi sueño, en este 2019, la esencia de "no espero nada de nadie" y sin embargo espero todo de los árboles, sus verdores y sequedades. Sí espero contemplar sus ramas, follaje, admirar sus hojas, tronco, cortezas, tocarlas.   

Lanzo chorros de emoción hacia los árboles, amor a su belleza, enamoramiento a por sus hojas, deseo a sus copas, pasión y sexo a vivir, y a la pulsación por morir. 

Una marciana como yo, no vive para esperar ser mirada, mira y quizás hasta saca la lengua. Ya no me quedo esperando ser observada, vista, encontrada, hallada, contenida, querida, recordada. Ahora las interrogantes duran segundos, las penas se evaporan en minutos. La eternidad solo existe para las nostalgias por los árboles, los tiempos pasados, mis seres imaginarios, mis padres, abuelos, Antonio, Manu. Para mis amigos que cuento con una sola mano para ¿qué mas?

Con esta vida me quedo, para continuar construyéndola,
no espero  a nadie, solo a la muerte, sí a la vida.
Espero a la muerte para que un día me lleve, con mis maletas llenas de pasado, de esencia y nostalgias. Mientras, seguiré caminando. No espero nada, no espero a nadie tampoco, sí espero de la vida y la muerte, todo lo que tengan para darme y llevarme. 

Abril 2019 / Colomba r.a.

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