Ayer sentí una pulsión como de ahogo,
pensé ¿qué podría ser?
Nuevamente pensé y pensé, hurgando en bolsos y baúles, en carteras y mochilas, hasta que lo encontré.
Alguna vez tuve muchos amigos,
logré llenar una mesa tanto más larga que la del comercial de Té Club,
alguien los contó y dijo que éramos 50, entre amigos y familiares.
Hoy no alcanzaría a llenar ni un cuarto de espacio si quiera.
Una parte de mi, siente tristeza por esa situación,
no tanto por la sensación de soledad,
porque a solas siempre estoy, al nacer, cada que me duermo y después despierto, en mi trabajo, al caminar, escuchando música y leyendo.
No le tengo miedo a mi eterna compañera o compañere,
llamada soledad, a solas,
es más la pena de constatar y recordar que esas personas no eran reales, los sentimientos no eran mutuos.
Ninguno de ellos,
aquellos con los que me sentía protegida,
tanto como en las casas bajo la mesa del comedor, o arriba de mi cama, que construía de chica y que mi papá decía que era el útero de mi madre, al que quería volver.
Esa sensación de calidez, protección,
que pensé tenía, que pensé sentir,
el día que enterramos a mi mamá,
en compañía de todos aquellos que hoy ya no están,
ese día creí sentirlo y ese día se esfumó.
Todes aquelles no están desde hace mucho tiempo
y su desmemoria,
late en mi corazón con furia, fiera, coraje, que hierve mi sangre,
entonces los lanzo a volar,
volar lejos, más lejos de lo que ya están,
abriendo puertas y ventanas, aprovechando el viento, viento poderoso,
que se los llevo como plumas, livianas plumas, lejos, lejos de mi.
Lejos quedaron,
algunos ni se enteraron,
porque la impunidad es así,
ciega, egoísta y sorda.
No me arrepiento,
nunca lo he hecho,
asumo lo hecho y sigo pa delante,
aunque a veces... como anoche, como ayer, como hace unos ayeres atrás...
constato la realidad,
esto de saber que la Colomba capaz de reunir a 50 personas,
ya no existe.
No existen ni las cincuenta personas, tampoco esa Colomba,
una parte de mi no los extraña,
la otra a veces,
cuando suena un tema, cuando veo una película,
caminando por la ciudad,
aunque más bien es nostalgia,
aquella que late en mi ADN.
Después sigo pensando y caminando, escuchando música, leyendo,
descubriendo la vida sencilla que es,
que me gusta,
la que he vivido hace casi 50 años
y por la que nunca he sentido desolación,
si la compañía de mi soledad, a solas.
El día que sienta que esa compañía es la desolación,
habrá llegado el momento de dejar de estar.
pensé ¿qué podría ser?
Nuevamente pensé y pensé, hurgando en bolsos y baúles, en carteras y mochilas, hasta que lo encontré.
Alguna vez tuve muchos amigos,
logré llenar una mesa tanto más larga que la del comercial de Té Club,
alguien los contó y dijo que éramos 50, entre amigos y familiares.
Hoy no alcanzaría a llenar ni un cuarto de espacio si quiera.
Una parte de mi, siente tristeza por esa situación,
no tanto por la sensación de soledad,
porque a solas siempre estoy, al nacer, cada que me duermo y después despierto, en mi trabajo, al caminar, escuchando música y leyendo.
No le tengo miedo a mi eterna compañera o compañere,
llamada soledad, a solas,
es más la pena de constatar y recordar que esas personas no eran reales, los sentimientos no eran mutuos.
Ninguno de ellos,
aquellos con los que me sentía protegida,
tanto como en las casas bajo la mesa del comedor, o arriba de mi cama, que construía de chica y que mi papá decía que era el útero de mi madre, al que quería volver.
Esa sensación de calidez, protección,
que pensé tenía, que pensé sentir,
el día que enterramos a mi mamá,
en compañía de todos aquellos que hoy ya no están,
ese día creí sentirlo y ese día se esfumó.
Todes aquelles no están desde hace mucho tiempo
y su desmemoria,
late en mi corazón con furia, fiera, coraje, que hierve mi sangre,
entonces los lanzo a volar,
volar lejos, más lejos de lo que ya están,
abriendo puertas y ventanas, aprovechando el viento, viento poderoso,
que se los llevo como plumas, livianas plumas, lejos, lejos de mi.
Lejos quedaron,
algunos ni se enteraron,
porque la impunidad es así,
ciega, egoísta y sorda.
No me arrepiento,
nunca lo he hecho,
asumo lo hecho y sigo pa delante,
aunque a veces... como anoche, como ayer, como hace unos ayeres atrás...
constato la realidad,
esto de saber que la Colomba capaz de reunir a 50 personas,
ya no existe.
No existen ni las cincuenta personas, tampoco esa Colomba,
una parte de mi no los extraña,
la otra a veces,
cuando suena un tema, cuando veo una película,
caminando por la ciudad,
aunque más bien es nostalgia,
aquella que late en mi ADN.
Después sigo pensando y caminando, escuchando música, leyendo,
descubriendo la vida sencilla que es,
que me gusta,
la que he vivido hace casi 50 años
y por la que nunca he sentido desolación,
si la compañía de mi soledad, a solas.
El día que sienta que esa compañía es la desolación,
habrá llegado el momento de dejar de estar.
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