26 de febrero de 2013

Desmedido.

Absolutamente clara que es más una fantasía, una epifanía, más no una mentira y sin embargo no puedo evitarlo. Estoy totalmente enamorada de tí, enterito, enterito, aunque en esencia no te conozca nada de nada, a penas en foto, de oídas y pese a ello, cada que descubro que me has mirado me muero de la felicidad, me lleno de alegría, ilusiones miles, todas fundadas seguramente, todas locas, irreales pero no puedo, no quiero, no puedo evitarlo. Así ocurre cuando sucede, uno siente, siente mucho, muchas cosas, todas dirigidas a ese otro ser vivo, latiendo, latir, todos mis latidos van a ti, todas las energías enfocadass en tí. Absurdo como finalmente es el amor, el enamorarse, ilógico, inesperado, pero no por ello menos intenso. Que para colmo, la intensidad que me cargo.

Verano 2013








Suele ocurrir, lo digo ahora que el viaje comienza a llegar a su fin, que aquellas calles, avenidas que uno camino por vez primera, los árboles, la vegetación, el rostro de las personas, todo, todo, tenía un matiz diferente a cuando, ahora, vuelves a pasar, reiteradas veces, por esa misma calle. Es como esa sensación de infancia, de creer que los objetos, escaleras, eran de un tamaño mayor al real y cuando regresas 10 o 20 años después descubres, desalentadoramente, que no, que los tamaños no eran nada soberbios.

Y sin embargo ocurre que aquella avenida Sargento Silva, por la que inicie mi viaje, el primer día en Puerto Montt, se veía la más empinada entre las de su origen, el horizonte al mar el más hermoso, más azul, lejano y la vegetación de un verde destellante, que invitaba a seguir descendiendo. Después cuando la volví a recorrer, arriba de un auto, continuaba siendo empinada pero ya el matiz de conocida, la hacia verse menos imponente o al menos, no tanto.

Igualmente que con la Plaza de Armas, que si bien no me pareció ni demasiado linda, menos grande ¿para que tanto? tras pasar una y mil veces casi dejé de mirarla, mejor era detener y fijar la vista al mar, a ese océano que invitaba a la observación, contemplación, exaltación de todos los sentidos prestos como el olfato a mar, los ojos de aguas celeste-marengo. 
Lo rico de los paseos de a uno y para el resto quizás un pero, es ese deambular sin norte fijo, derrotero que va, viene, regresa, repite calles, calles que en ese instante no tienen identidad, no se conoce por nombres, por esquinas, recorrerlas, caminarlas mil veces y sin embargo sentir que el mundo amplio está ahí en tus manos, esperando que lo tomes, lo estrujes, aprecies, beses, ensoñes y dejes ir. Para los viajantes solitarios como yo, deambular es la esencia misma de la gracia, aunque a veces subir empinadas veredas, con el sol calando en la espalda pero acompañada de la música ambiental o del aire marino, de las voces de otros, de los pensamientos propios, de las conversaciones con el yo inerno, con los amigos imaginarios, compartiendo esos pasos, descubrimientos, olores, colores, sabores, recién descubiertos.

El viajador solitario, más no solo y abandonado, suele conversar mucho a solas, con esos amigos imaginarios, que siempre acompañan y apoyan. Aquellas conversaciones que no podríamos tener con nadie más en el mundo, esos cuchicheos, observaciones de situaciones especificas, simples, citicos, que ciertos ojos demasiado abiertos, están fraguando, tramando y comentando. Siempre me he preguntado si se notará mucho cuando estoy hablando con ellos, ¿movere los labios?, finalmente ¿parecere una loca? o más bien ¿estaré tildada de loca como todos aquellos otros que viajan solos? A veces es bueno desdoblarse para mirar como actúa uno en esos escenarios. Aquellas miradas inquisidoras, críticas, despiadadas, reprobatorias ¿se notará mucho que los estoy matando con la vista? Quizás ahí los por qué la gente no suele acercarseme, no es que lo quiera, no es que viaje buscando compañía sino que más bien todo lo contrario, pero no dejo de interrogarme por qué será que ni flaca, menos gorda, los otros transeuntes del mundo advierten mi pasar e interactuan ¿habré alcanzado el don de la invisbilidad?
Me comparo con mi sobrina Violeta Cereceda Orrego, quien jamás de los nuncas viajaría sola justamente porque es un sol, que va iluminando todo con su paso, la que conversa con todos y todas, la que pincha, que vive aventuras y momentos increibles todos, todos, en interaccion constante con el exterior. Todo lo contrario al diario de viaje mio.

Pero no es algo que anhele cambiar, de hecho es tal la desconfianza que tengo por el ser humano, que entre más lejos, más distante, con más barreras mucho, mucho mejor para mí. De hecho, estos viajes son para alejarme del mundo, aunque viaje en compañía de ellos, digase en el bus, avión, barco, pero lejos, muy lejos de ellos. La necesidad profunda de estar con una misma, de escuchar más que nunca las voces internas, los sonidos externos pero de la naturaleza, los latidos del corazón, los descubrimientos más importantes de la vida, son los que se alcanzan en la quietud de la vida, de una noche estrellada con el lejano murmullo del mar.... las develaciones más certeras son las que alcanzamos en esos instantes eternos de horas  y horas. Recuerdo vívidamente una en especial, una noche y su madrugada, estando en Castro Chiloé, en aquel curioso y hippie hospedaje en el que por fortuna (gracias a Manuela Orrego) encontré y que mientras la juventud bullía en ruido, sonidos, risas, yo permanecía encerrada, con pestillo corrido en mi room, leyendo, pensando, escribiendo, escuchando mis músicas. Descubrí mucho más que en mil años, reencontré respuestas, soluciones, caminos, ideas. Escribi y escribi como una loca, sin cesar, las muñecas, los dedos, la mano completa no me dolió un instante y a través de ella, las ideas salían y salían asi como las historias, claridades, profundidades. Por esa noche, por alcanzar un momento eterno como ese, es que emprendí ese maravilloso viaje de 15 días que hoy llega a su termino. Y como todo lo bueno, aunque culmine, logró encandilar el alma, purificar el espiritu y llenar de buenas, buenísimas intensiones, ideas, propositos, cambios esta vida mía, que ha estado tan colmada de sabores varios.